Justo cuando la dependiente le alcanzaba sendas flautas de pan, el cliente preguntó: “¿Por qué usted no tiene puesto el gorro?”. La respuesta no solo fue ambigua, sino evasiva y concluyente: “A veces lo uso, otras no”. Entonces aquel se identificó como el director de la empresa y pidió entrar al taller donde laboraban los panaderos.

La abordé en forma directa después que me identifiqué. Pude comprobar que se trata del director de la Empresa de Programas Especiales de la Cadena Cubana del Pan, en la capital, Yohani Llanéz Apesteguía. Resultó un intercambio breve y profundo en el cual –aun sorprendido yo por la ética de este empresario en su habitual práctica de comprar el pan elaborado por las panaderías que dirigeme explicó el llamado de atención formulado y la exigencia de que el administrador se presentara, en su oficina, al siguiente día con la medida en cuestión.

Por supuesto, la joven trabajadora se colocó el gorro y continuó la faena visiblemente sorprendida por la vergüenza, aunque la conversación fue en tono bajo, respetuoso e imperceptible solo hasta el momento que describí líneas arriba.

Yohani mostró el pan recién adquirido y comentó la presencia de las condiciones de calidad visibles en el alimento. De manera cortés me invitó a conocer los esfuerzos de la entidad habanera para garantizar un producto variado en las panaderías de la provincia a partir de la exigencia y colaboración de los propios colectivos.

En solo minutos comprobé la convergencia de su actitud y los propósitos de mantener estos detalles como un principio loable de mirar no siempre desde nuestro lado. También debemos defender lo correspondido a la mayoría como una fórmula imprescindible para mantener lo alcanzado y avanzar entre quienes asumimos determinada responsabilidad.