
A finales de 1998, cinco cubanos fueron arrestados en Miami por agentes del FBI. Sus nombres: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González. Era agentes de la Seguridad del Estado y no espías como sus captores y el gobierno de Washington trataron de hacer creer a la opinión pública estadounidense y mundial. Cumplían una noble y arriesgada misión dentro del territorio estadounidense: Monitorear las actividades de grupos y organizaciones responsables de actividades terroristas, fundamentalmente las dirigidas contra su patria, una pequeña, solidaria, noble y sitiada isla del Caribe.
Antes de ser reclutados, sus vidas eran similares a la de cualquier hijo de vecino en la Mayor de las Antillas: estudiar, trabajar, compartir con familiares y amigos, ir a un estadio a disfrutar un juego de pelota, sortear las escaseces de todos los días, a veces tornadas insoportables.
Después les tocó -en suerte- defender a su pueblo desde las mismas entrañas del monstruo, en medio de una jauría de lobos rabiosos, lo cual implicó posponer sueños, aplazar amores y caricias; arriesgar la libertad y la vida, y lo que para ellos fue peor aún, fingir y hasta simular estar en contra de las cosas sagradas que más querían, pero lo asumieron con gusto e incluso orgullo.
Quedó más que probado, no eran espías sino luchadores antiterroristas, que prestaban un servicio inestimable al derecho a la autodeterminación y la lucha contra la violencia y los hechos sangrientos, contra sus compatriotas y los propios estadounidenses. Y ya sabemos el precio que les hicieron pagar.
Muy admirable en verdad, pero tan solo un ejemplo dentro otros muchos tantos. Así son los hombres y mujeres de la Contrainteligencia cubana: probadas convicciones, prestos a cualquier sacrificio, comunes mortales que no miden precio cuando de defender compatriotas y conquistas sagradas, se trate.
Si 66 años después del triunfo, la Revolución permanece imbatible, es porque desde que –el 26 de marzo de 1959- surgiera el Departamento de Seguridad del Estado (G-2 o sencillamente, Seguridad del Estado), la institución y sus efectivos, supieron colocarse a la altura de las exigencias de cada momento, sin darse ni un solo segundo de tregua, y también porque desde el mismo inicio, también después, ahora mismo y mañana, hubo, hay y habrá muchos Gerardo, Ramón, Fernando, Antonio y René; Julito (el Pescador); Carlos Serpa Maceira, Aleida Godinez y Alicia Zamora; Percy Alvarado Godoy, Raúl Antonio Capote –los agentes Emilio, Vilma y Xiomara; Fraile, Daniel-, Y tantos otros hasta llegar a David – es harto conocido el simbolismo de tal apelativo-, personaje ficticio construido a partir de la sumatoria de una realidad que pudiera resultar casi infinita.
Lo sabemos nosotros y asimismo lo tienen muy claro los enemigos: Mientras exista el imperialismo y también la CIA, dictado por las exigencias, siempre habrá otros David, que, a tono con las realidades, perfeccionarán los métodos y mecanismos de enfrentamiento y combate, frente a las más variadas formas de comportamiento que el enemigo adopte.
Bien lo dicen lo mismo detractores que simpatizantes: “La G-2 está en todas partes”.
Ver además:
Saluda Cuba aniversario de los Órganos de la Seguridad del Estado