El silencio desgarra el grito ahogado de cientos de gargantas, la voz del trovador se esconde en el recuerdo de quienes te vimos, guitarra en mano, domar los senderos de la vida para llevar un soplo de frescura a cada rincón que visitabas.

Eduardo Sosa, este amanecer nos llegó la noticia amarga de tu partida, y aunque sabíamos de tu lucha, de lo difícil de la batalla, confiábamos en el milagro de que tu cuerpo venciera la cruenta prueba a que se veía sometido, en el milagro de verte, cual ave fénix, resurgir de las cenizas, para volver a tu eterno andar, regalando al mundo tus acordes magistrales, tus magistrales tonadas. Pero el silencio, imperturbable, silenció la esperanza, y un nudo amargo se anida en las gargantas de quienes en vilo seguimos cada paso que los médicos dieron por traerte de vuelta de la oscuridad que te rondaba.

Tu cuerpo zozobró con un quejido amargo, y ahora el silencio desgarra las venas expuestas de tu eterna compañera, de tu sagrada guitarra, esa que yace en un rincón, sin consuelo, lejos de tus manos, manos que para ella se tornan sagradas. El silencio se esparce por los rincones más profundo del alma, pero, tu voz, tu canto, cada palabra por ti cantada, cada entrevista, cada sonrisa, cada gesto atrapados por la magia de la televisión, o el perpetuo espacio de la prensa plana, o por la fiel compañera de la radio, guardan el alma del trovador, ese que cada noche, mientras alguien le recuerde, mientras alguien vuelva a poner las grabaciones donde quedó tu voz atrapada, o simplemente, haga suya una de tus canciones, volverá a andar por las calles de esta, nuestra Cuba amada.

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