
¡Tremendos! Así son los cubanos. Tan naturalmente tremendos, que no haría falta caminar mucho para corroborarlo, ni siquiera escoger momentos excepcionales –como ahora mismo- en que las circunstancias han convocado a la entrega y la unidad; aunque, no es menos cierto, sin dudas, que si el hierro candente nos lacera la carne, entonces –para decirlo con palabras del Héroe Nacional José Martí- echamos manos a la corona de la entereza.
Y sí, para saberlo bastaría visitar un solo barrio. Cualquiera escogido al azar, sin importar si se trata de la capital o el último de la más occidental de nuestras provincias; y lo mismo da cualquier día de semana y mes del año.
Un huracán categoría tres nos dijo adiós la tarde-noche del miércoles -por la costa norte artemiseña- y el jueves los pobladores de los territorios afectados, en el occidente, amanecieron en pie de lucha, prácticamente en pleno.
Hacía muy poco que otro fenómeno hidrometeorológico nos había afectado muy en serio por el oriente, y todavía el país entero estaba entregado a una recuperación intensa y muy exigente, cuando Rafael hizo acto de aparición, con malas intenciones y muy bien apertrechado, a hacerle el juego –sin proponérselo, claro está- a la cotidianidad, que aguijoneada por una guerra económica despiadada y cruel, presupone hacer verdaderos actos de magia para sortearla.
Y el vecino mal intencionado y algunos otros, pensaron que esta vez sí Cuba sucumbiría a esta otra dura prueba. Lo apostaron todo al desánimo, el desaliento, el cansancio, y otra vez, en nombre del bien colectivo, y de una patria, con poco, pero sin amos, la respuesta de quienes -muy a pesar de los mentecatos que no conocen de esencias- han resuelto no rendirse ni frente al enemigo ni ante los embates de la naturaleza.
Y si no, pregúntenle a los vecinos de Aldabó, quienes el jueves, desde bien temprano, se entregaron a restañar los daños que Rafael había causado en la zona, sin que nadie los convocara. Uno primero por esta cuadra, otro en aquella, a quienes se les fueron sumando otros y otros, de manera espontánea, para formar parte del reparto de quienes están llamados a dar solución a las secuelas que le dejara al barrio, en una jornada que devino foro de debate de los más variados temas, oportuna ocasión para el chiste y hasta el chismecito de última hora, sin sustos ni lamentaciones. Puedo dar fe porque fui uno de ellos.
En realidad la movilización no resultó masiva, pero sí contundente. Tampoco hacía falta que se sumaran tantos brazos, en el reparto los daños se limitaron al arbolado y algunos cables eléctricos que se vinieron al piso. En apenas tres o cuatro horas, las ramas y algún que otro despojo quedaron amontonadas en los lugares por donde habrían de pasar los camiones a recogerlos.
Así van los aldaboseños y los cubanos todos, difícil como nos las han puesto el enemigo y madre natura, todavía metidos en la recuperación, y desandando, de reto en reto, de batalla en batalla, pero también de una victoria a la otra.











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