
Se sabe, cuando el galopante y al parecer indetenible ascenso hacia el cielo del precio de los más variados e inimaginables productos y también algunos servicios (pudiera decirse que apenas sin excepciones) empezó a hacer sus primeros estragos, ya tenía un pretendiente que, instalado cómodamente en la cotidianidad del cubano y cual dinosaurio de Monterroso, hacía mucho rato le estaba esperando; pero pese a eso y el hecho de resultar igual de molesto, perjudicial y repudiable, ha terminado por perder protagonismo.
Sí, agobiados por un proceso inflacionario con ínfulas de taladro en billetera y un perenne peregrinar escaleras arriba, con la esperanza de destronar a Sotomayor, nos hemos olvidado del hurto en la balanza, en sus múltiples variantes: básculas adulteradas, arroz y frijoles con piedras y terrones, a fin de alterar el peso, e incluso la apropiación desfachatada y punto, junto a otros varios etcéteras.
Ni siquiera los medios de comunicación abordan el fenómeno. Tampoco la opinión pública, aun cuando, a mi juicio, el matrimonio ganancia desmedida a como dé lugar-me lo quedo de a Pepe, se ha tornado el problema más álgido a resolver –por los cubanos- cada jornada.
Si incluso hasta para quienes devengan los salarios más elevados llevar –todo un mes- el plato a la mesa, resulta prácticamente un imposible, solo con el peso de los actuales precios, sin añadirle ningún otro lastre, preguntémonos entonces cuán complejo puede tornarse el asunto si le sumamos comprar una mercancía a razón de 200 pesos por libra, pagar por cinco y recibir cuatro.
Digamos que hablamos del arroz y un núcleo de cinco o seis personas, obligados a hacer la misma operación tres o cuatro veces por mes.
El problema es grave visto desde cualquier perspectiva, pero lo sería menos si ambos males decidieran romper la dupla inseparable a que los hemos obligado.
La desmedida subida de precios en esos niveles que se justifican es moralmente inaceptable; por su parte, el desfalco (llamémosle por su nombre), tanto en el volumen como cantidad, inaceptable.
Aquel, aunque las circunstancias obliguen, le deja al cliente la opción de tomar o dejar, regatear o irse a otra parte, al menos hipotéticamente; en el caso de las otras (malas) mañas, hay engaño, timo, robo por partida doble, en especie y dinero.
El verdadero dilema aparece a la hora de buscarle una solución. El mal abunda, también los agentes trasmisores, y materialmente resulta imposible poner inspector en cada tarima. ¿Rescatar aquel movimiento de fiscalizadores populares cuyos integrantes –entre quienes los había muy buenos, buenos, regulares y aprovechados? No crea que sea posible ni aconsejable.
Lo primero es trabajar para que la conciencia cale en quienes están del lado del mostrador, donde se despacha, entender que es menester ponerse en el lugar del otro, con la certeza de la rotación de los roles: vendo ahora, luego me tocará comprar.
Eso, sin dejar de controlar y exigir, sobre todo los administradores y dueños en cada lugar. Y pedirle un extra a quienes desde los diferentes cuerpos están encargados de proteger a los consumidores y la ciudadanía.
También crear un clima de tolerancia cero para quienes, desde la pesa, quieren arrebatar dineros de los bolsillos ajenos, y sancionar con medidas ejemplarizantes.
Este tema ya ni me sorprende ,décadas ya con este tema , ni siguiera es un tema por la situación actual desde que tengo uso de razón pasa y bueno al parecer la lección no ha sido aprendida Hemos pasado años con lo mismo ya casi pienso que las personas se adaptaron a que es normal
Si hay que trabajar con la conciencia y nada justifica estas actitudes pero tambien hay que controlar , tenemos un grupo de inspectores , especialistas de comercio y dirigentes y aun asi estas cosas ocurren delante de nuestras propias narices da la impresion como que a nadie le importara nada
Hola Elías. Este tema está más que trillado y el problema va mas allá de básculas y precios. Es la falta de respeto no solo al pueblo trabajador sino a aquel que se jubiló y vive de una pensión ( y son muchos, tenemos una población envejecida). El bodeguero, el del agro y ahora se le suma otro, las Mypime no tienen ni una gota de decencia y mucho menos de respeto. Robar es un delito y todos ellos ROBAN muy autorizadamente. Si les reclaman se molestan como si exigir tus derechos fuera el verdadero delito. Es hora de buscar soluciones a lo que ha lacerado por años a nustro pueblo en tema de respeto al consumidor. Antes la leche para los niños venían en bolsas de 1kg, desde que la traen agranel tengo que exigir el peso correcto las tres veces al mes que viene y los bodegueros y hasta el administrador se molestan como si yo les estuviera pudiendo que me den más de lo que le toca a mi nieta. Y asi es con frijoles, azúcar, arroz... en fin con todos los productos y no pasa nada. Si vas a las oficinas de comercio es por gusto. Ah!!! Y entonces esta cubana de a pié tiene que cruzarse todos los días, mientras se faja con el transporte público, con los bodegueros llegar en su motorina comprada seguramente "con los ahorros de su salario". Salud y suerte.
Que pena cuando está problemática se hace historia Y no hay quien ponga freno Y queda en comentarios muchas gracias interesante publicación
Fácil. Si de verdad se quiere proteger al consumir que es el pueblo. Todos Esos Productos se empaquetan y se distribuyen según corresponda por consumidor. Ejemplo claro ha sido el aceite. Y perfectamente pudo haber sido con el.arroz distribuido en la capital . El.mincin debe ser más activo en este tema y seguir hasta que la crisis merme seguir balanceando y controlando mensualmente proxutos de 1 er orden