Foto: Raúl San Miguel

¿La cubanía y el sentimiento de patriotismo están realmente en peligro de extinción en Cuba?

Resulta fácil, en tiempos de bonanzas, encontrar rostros alegres; la aprobación al accionar de quienes tienen en sus manos los destinos del país; la defensa, incondicional, del sistema social en que se vive, con independencia del nombre que este lleve. Mas, cuando las carencias afloran, de forma desenfrenada, y proliferan incontenibles ante nuestros ojos, hasta parecerse a un mar infinito, capaz de dejar
sin aliento a los más soñadores, las cosas cambian.

En ese momento hay quienes sienten, allá adentro, en lo profundo del alma, un sabor amargo y un apretón que les ahoga el pecho. Entonces se sorprenden al ver cómo algunos sentimientos que creían eternos, de pronto, comienzan a desmoronarse cual castillo de arena bajo el embate del agua. La duda nace en sus pechos y, presurosos, frente a tiempos de borrascas como los actuales, giran el rostro hacia el otro lado de la cerca. Ese sitio donde el pasto parece más verde, reluciente.

Llegan las comparaciones, las críticas, los cuestionamientos. Como flechas certeras, algunas dejan al descubierto una realidad que antes no éramos capaces de ver, bien fuese por incapacidad, o por falta de
interés. Otras se hunden bajo la piel para descargar una realidad hecha a medias, a veces nacidas de forma inconsciente, incluso, a veces, fabricadas con el único propósito de acrecentar el descontento que las
múltiples carencias hacen brotar, cual la hierba mala.

Justo en ese entorno nace la apatía, brotan infinidad de justificaciones, nombres que solo sirven para ocultar la verdadera cara de la decadencia de esos “luchadores” que no hacen nada, excepto lucrar con
la necesidad ajena, utilizando para ello, en no pocas oportunidades, bienes que les han sido confiados para su custodia y administración. 

Mientras, se tensa la cuerda, el salario pierde capacidad de compra por días y la asfixia económica aprieta con fuerza a los sectores con menos ingresos. En esas circunstancias, algunos valores parecen desvanecerse.
Incluso, hay quienes experimentan una rara metamorfosis, y renacen ante los ojos del mundo con un rostro diferente, un pensamiento distinto, mientras dejan tras de sí un cascarón vacío, esos son quienes
dicen sentir pena de ser cubanos.

Pero, ¿acaso eso significase haber perdido “la vocación de ser cubano”, como Miguel Barnet calificara al referirse a la cubanía.

Más allá de esa definición de Barnet, me atrevería a decir que cubanía es tanto la forma de andar, comer, expresarnos; ese carisma que nos hace burlarnos de nosotros mismos, de nuestras dificultades; e incluso, de poner en tela de juicio los avances, cuando nos parecen demasiado buenos. Pero también lo es la forma en que nos expresamos, cómo saltamos del asiento ante una jugada apretada en el béisbol, una
victoria en cualquier esfera, más allá de los deportes en los cuales alguno de nuestros deportistas se ve superado en el último momento.

Hasta el buchito de café que tanto nos gusta, o la música de Los Van Van, el tradicional juego de dominó para amenizar una celebración; la forma de hablar en octosílabos, y casi a gritos, con la risa a flor de labios lista para espantar las penas, son elementos que, sin duda, forman parte intrínseca de la cubanía. No importa donde se viva, o donde se elija vivir, y las transformaciones que se hagan para adaptarse a ese
nuevo entorno, allá adentro, en lo más profundo del alma, se seguirá amando lo antes dicho, y mucho más.

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