
Clasifica como uno de los crimines más horrendos que la humanidad haya conocido jamás. La voladura –el 6 de octubre de 1976- de un avión civil de Cubana de Aviación –en pleno vuelo- frente a las costas de Barbados, con 73 personas a bordo (57 cubanos, 11 becarios guyaneses y cinco funcionarios culturales coreanos), constituye uno de los más brutales e increíbles actos terroristas.
En la Mayor de las Antillas sabían del oído y la calaña de los contrarrevolucionarios y sus mentores. Hasta entonces, desde que los destinos de la Isla dejaran de decidirse en la embajada yanqui, habían transcurrido casi dos décadas, durante las cuales ensayaron con nosotros los más perversos métodos: incendio de cañaverales, atentados contra embarcaciones navales, fábricas, tiendas, embajadas; asesinatos de civiles inocentes, incluidos niños, mujeres y representantes diplomáticos en funciones; pero nunca nadie imaginó jamás harían explotar una nave aérea en las alturas. De imaginarlo solo, provoca sobrecogimiento e indignación.
Sin embargo, Hernán Ricardo y Freddy Lugo, ejecutores directos del atentado, fueron declarados desfachatadamente absueltos, a pesar de las pruebas incriminatorias presentadas en su contra, y que ellos, con absoluta desvergüenza, habían confesado su culpabilidad y los vínculos que mantenían con Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, autores intelectuales, al servicio de la CIA y el gobierno estadounidense.
Ni sobre aquellos ni tampoco estos cayó jamás el peso de la justicia. Después de hacer estremecer a la opinión mundial con su salvajismo, se pasearon con mucha más libertad que antes por las calles de medio mundo, en particular las de Estados Unidos.
Pudiera parecer mentira, pero cuentan que el propio Freddy Lugo relató tranquilamente –tal vez vanagloriándose- que, en una de los tantos intercambios en torno al hecho, durante el encierro en la cárcel de San Carlos, a la espera del juicio fabricado de antemano, Hernán Ricardo –sin penas, dolor, ni remordimientos- gritó indignando frente a los soldados y oficiales: “Sí, pusimos la bomba ¿y qué?”.
Mientras cosas como esas, unidas a la desfachatez y doble moral practicadas desde la Casa Blanca, irritan; calan hondo y queman el alma, las víctimas y el dolor de sus familiares y allegados; mientras resulta escandaloso e intolerable, la impunidad de quienes promueven y financian, y el abrigo que ofrecen a ejecutores mercenarios.
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