
Una amiga de larga data, de pocas letras, pero con sabiduría e intuición envidiables, me ha asegurado que únicamente le gustaría volver a ser niña, por una razón, de mucho peso, en el orden personal: Entrar y campear por la vida con un derecho que le negara su padre: El apellido.
Aunque la Revolución llegó y puso en su lugar cosas como esta y otras mucho peores, ella ya tenía 23 años y optó por aprovechar las oportunidades que se le abrieron y seguir adelante con aquel fardo a cuesta. No hizo nada para que fuera enmendado el desagravio, pero tampoco olvidó el golpe bajo.
Lo sabe muy bien, ya no ha de ser posible volver atrás. Sin embargo, cuando este domingo 25 de septiembre, ejerza su derecho de votar sobre la propuesta del nuevo Código de las Familias cubanas, sola en la cabina electoral, con la exclusiva compañía de sus recuerdos, votará para que ningún progenitor desalmado, ya sea con sayas o pantalones, tenga posibilidades de desentenderse y dejar en el abandono el fruto de sus placeres de alcoba. “Para que –como en su caso- no haya más fulanos de tal, sin segundo apellido”.
El de mi entrañable vecina, es un añejo (y doloroso) episodio de la vida real. Hay otros, igual de injustos y verídicos, que le han acompañado en el tiempo. Sobrevivieron al empuje justiciero y dignificador que bajó de la serranía oriental en enero de 1959, amparados en convencionalismos, entonces inamovibles. Las nuevas realidades, con sus dinámicas, perjuicios y prejuicios, nos impusieron los suyos; pero el instrumento jurídico, que ahora se propone, llega para saldar todas esas deudas.
Digan lo que digan, dada su letra y espíritu, votaremos por un Código de las Familias que, en lugar de restringir derechos, los multiplica. Y en esa dirección, nos toca a todos, de una u otra manera, en lo personal y colectivo. Está pensado para que no haya niños y ancianos abusados y sin protección; oponerse desde la legalidad a prácticas machistas y discriminatorias, y legitimar todos los tipos de familias que los cubanos han querido formar.
Muchas historias desgarradoras han sido contadas por estos días, a las que el formulario legal, de ser aprobado, posibilitará ponerles fin. Es una ausencia notable en la sensibilidad proverbial del cubano. Si lo sabrán quienes viven el dramatismo de tales realidades. También los que tenemos la firme convicción de que la neutralidad frente a la sinrazón e iniquidad, implica tomar partido a su favor.
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