
Algunos se limitaron a hablar de culpas e ineptitudes, mientras se alegraban, abierta o solapadamente, hubo quien esgrimió vaticinios apocalípticos y apostaban al fuego eterno ante la imposibilidad de extinguir las llamas; los de más allá, condicionaron el apoyo a las exigencias de que cantar y bailar al compás de sus dictados, e incluso, otros -los de mayores posibilidades- esperaron pasivos el momento del zarpazo de gracia, cuando antes se habían ofrecido hipócritamente, seguros de una negativa, a utilizar como argumento desacreditador.
Pero se impuso el amor, el desinterés, el valor, y hasta la tozudez de un pueblo que prefiere dejar de ser a entregar mansamente las banderas. Y se hizo lo que parecía imposible. El fuego brutal fue domado, con una moraleja irrebatible: "Gracias a que hay un sentimiento que se llama amor a la patria, somos fuertes; gracias a que hay un sentimiento de amor a los semejantes y de solidaridad de todos para con todos, somos fuerte; gracias a que hay un estado mental que se llama conciencia revolucionaria, somos fuertes".
Si se trata de la Cuba desprendida y generosa, la Cuba que ofrece lo poco que no alcanza y no lo que le sobra, ¡allá van los prepotentes con ínfulas imperiales de dominación, los avergonzados del delantal indio de su progenitora, e incluso aquellos mercenarios que desean y piden los peor para su patria y sus hermanos!
Ahí están las asombrosas heroicidades, arranca lágrimas -que por contadas, no se hace necesario repetir-, protagonizadas por muchísimos anónimos, desde la grandeza de su modestia de conductor de pipa, trabajador hidráulico, tripulante de helicóptero, ¡bombero!…
Y precisamente ataviados de bomberos, tendieron mano hermana Bolívar; Hidalgo, Morelos y Zapata, y Sucre, respectivamente venezolano, mejicanos y boliviano, pero sobre todo latinoamericanos. Y lucharon a brazo partido de cara a la candela, de tú a tú con nuestros compatriotas en la primera línea de combate, a riesgo de la propia vida, pero conscientes de que por encima de llamas que se elevaron hasta el cielo mismo, habría de imponerse la solidaridad.
Por eso, las muchas veces que aquel o este otro compatriota, e incluso el propio mandatario Miguel Diaz-Canel, dieron infinitas gracias a los amigos que acudieron prestos al pedido de cooperación, hablaron en nombre de todos los cubanos.
Nota: La cita, Fidel Castro (Discurso pronunciado en la Asamblea Extraordinaria de empleados y obreros del comercio, 4 de junio de 1960).
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