Foto: Tomada de Cubadebate

El fenómeno de la comunicación en las redes sociales ha suscitado una euforia indiscutible y creciente desde su aparición. Cada día, estrepitosamente, se multiplica el número de usuarios como una necesidad condicionada por la presencia de las nuevas tecnologías en todos los aspectos de la vida, y con una dimensión global. Sin embargo, también ha llegado a convertirse en una adicción peligrosa, con impactos letales en la salud, que incluye la influencia en el estado de ánimo de los individuos.

Comparto el criterio de Jasely Fernández Garrido, doctora en Ciencias Sociales, maestra en Ciencias Políticas por el programa de Ciencias Políticas de la Universidad de La Habana, cuando expresa: “Hoy en día resulta imposible entender cualquier fenómeno social sin estudiar la relación que este tiene con el desarrollo tecnológico y comunicativo alcanzado en la actualidad, porque ello ha revolucionado los modos de interactuar entre los sujetos”.

La doble condición que lleva intrínseca la tecnología, por un lado determinada por las nuevas formas de comunicación en la sociedad, y al mismo tiempo la posibilidad de determinarla, hace palpable su carácter interactivo y la relación, muchas veces dependiente, con la cultura de las sociedades con las que interactúa; pero siempre con un objetivo dominante sobre aquellas menos desarrolladas por las diferencias casi excluyentes que establecen las plataformas de Internet bajo el sello de megacorporaciones establecidas en territorio de Estados Unidos, con propósitos de dominación militar y expansionista. 

Por supuesto, el vínculo personal no debe, ni ya puede ser relegado; a pesar de los efectos contraproducentes e incluso irreversibles en la conducta, personalidad, salud mental del sujeto y en la desinformación que se pone en evidencia en eventos como la actual guerra entre Rusia y Ucrania, por ejemplo, donde el impacto de los “misiles mediáticos” llega a nuestros dispositivos como una referencia condicionada por los cookies que “aceptamos”, los diferentes servicios: correo, Facebook, Telegram, Instagram, etcétera.

Debemos apropiarnos de las llamadas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs), pero evitar que no se apropien absolutamente de nosotros como ya es perceptible en la propuesta de incorporar dispositivos de inteligencia artificial que puedan interactuar con el cerebro humano, sin necesidad de pulsar un teclado; lo que resulta uno de los objetivos para la instauración del dominio de la voluntad de millones de personas en el planeta.

A las redes sociales se les otorga gran relevancia, puesto que estas promueven el contacto continuo entre las personas, quienes permanentemente necesitan intercambiar ideas, experiencias u opiniones; es una vía muy poderosa, pero peligrosa a la vez, cuando son muchas las personas que ofrecen datos personales que son aprovechados, precisamente, por los propietarios de las ciberplataformas para establecer el dominio y control de millones de datos en texto e imagen que dejan de ser propiedad individual.

En uno de sus artículos, el reconocido periodista, teórico de la Comunicación y politólogo Ignacio Ramonet, asegura:

“… ¿Qué ocurre, en particular, con el funcionamiento de las redes sociales que aparecían como las grandes plataformas democratizadoras para acceder a una información de mejor calidad?...

"…No se trata de informar. De ser objetivo. Cada bando va a tratar de imponer –a base de propaganda y toda suerte de manipulaciones narrativas- su propia crónica de los hechos, y desacreditar la versión del adversario...

"Se trata de una nueva dimensión emocional, un nuevo frente de la batalla comunicacional que hasta ahora no existía en tiempos de guerra”.

Lo anterior, refrenda la necesidad de un equilibrio entre el uso de las redes sociales, las diferentes plataformas y otros medios de información y comunicación que nos permitan confrontar los diferentes puntos de vistas, y tener una aproximación lo más objetiva y real posible al hecho en cuestión.  

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