En lo que constituye una noticia muy esperada, las autoridades habaneras acaban de anunciar una flexibilización  de las medidas restrictivas, asociadas a la control y enfrentamiento a la COVID-19; paso que responde al sostenido descenso de la positividad y al avance en la vacunación, lo cual, a la postre,  también resultará favorable a la buena salud de la economía, al tiempo que  proporciona un tremendo alegrón a quienes añoramos mayor esparcimiento, al aire libre, más allá del espacio que limitan las cuatros paredes de casa.

Pero, ¡ojo! Flexibilización no significa relajamiento. En términos de permisibilidades es solo un cuarto de vuelta atrás  y no giro completo, y mucho menos retornar a aquellos tiempos anteriores a marzo del pasado año, en que abrazos, besos, apretones, eran parte esencial de nuestras vidas, y cualquier motivo era justificación para organizar una fiesta o un encuentro entre amigos o familiares, "santiguado con ron", y bailadera incluida.  

Podemos hacer ejercicios en la vía pública y los gimnasios, sentarnos a comer en restaurante, permanecer en la calle pasada las nueve de la noche, sentarnos en el Malecón…, no obstante, es menester hacer valer la cautela, llegar sin pasarse. Estar vacunados no significa que no corramos el riesgo de enfermar. La inmunización nos pone en mejores condiciones  para no agravar y morir, de contraer la enfermedad, pero eso no quita que nos contagiemos y una o varias de posibles comorbilidades, o cualquier otro contratiempo, asociados a la COVID-19, acaben con la existencia.  

Entonces, lo único verdaderamente sensato es evitar enfermarse, y está probado que ciertamente no constituye un imposible; basta con tomar conciencia de que la moderación  en las prohibiciones, si no se hacen acompañar de un comportamiento preventivo, todavía más responsable, hará de la dicha un espanto.

Y a quienes solo de la COVID-19 han tenido referencias que no les tocan directamente, les puedo asegurar que tal cual dice una vieja tonada: ¡No es lo mismo llamar al Diablo que verle llegar! Perdí a uno de mis grandes amigos, a causa de la pandemia, pese a que se cuidaba como gallo fino. Se fue convencido de que se descuidó y dejó abierta una brecha. También mi madre contrajo el mal, y afortunadamente las vacunas –tres dosis- hicieron lo suyo, y –dicho en buen cubano- “libró”.

No obstante, cuando creo que voy a acostumbrarme a la pérdida, el dolor se encarga de recordarme que no ha llegado el momento, y por otra parte, el susto que pasé con la Vieja, a cada rato vuelve a aflojarme el estómago.

Desde entonces, en lugar de uno, el resto de quienes vivimos en casa, empleamos dos nasobucos, cuando vamos a salir a la calle, porque si ella que permanentemente está en casa, enfermó, de otro debe haber sido la culpa.

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