
Con el país en la fase de transmisión comunitaria, me vi precisado a ir al trabajo. Varias eran las sorpresas que este día me deparaba, la primera de ellas: la poca cantidad de personas que esperaban un ómnibus. La segunda, el hecho de que todos pidieran el último al llegar, y ello, a pesar de no haber un inspector por los alrededores.
Pero, lo que más gratamente me sorprendió, una vez que tomé el P2 hacia el Vedado, fue el comportamiento del chofer durante todo el viaje. Al llegar a cada parada, de forma amable le pedía a quienes esperaban para subir a la guagua que aguardaran mientras contaba los que se bajaban para, acto seguido, recoger esa misma cantidad.
Si alguien reclamaba porque el ómnibus estaba “vacío” y no se podía ir, sin dudarlo, de inmediato, le explicaba que solo podía llevar 30 personas de pie, que eso era lo establecido para este momento. Sin embargo, lo más llamativo del caso es que mantuvo esa misma actitud durante todo el viaje, sin importarle si había o no inspectores.
Verlo cumplir de forma correcta lo orientado fue, sin duda, reconfortante. Incluso, cuando varios se aglomeraban en la parte delantera el carro, él les pedía que avanzaran porque “no hay razón de estar amontonados uno encima del otro”, agregando que “la pandemia aún no se ha ido”.
Casos como el vivido en este viaje deberían ser la regla y no la excepción, para de esa forma conseguir que algún día cuando se hable de la COVID-19 ella no pueda volver a decir presente y todo esto se haya transformado, tan solo, en un mal y doloroso recuerdo.
Ver además: