Foto: Martirena

En materia de enfrentamiento a la COVID-19, los capitalinos hemos empleado todas las armas: perfeccionamiento paulatino de los tratamientos, amplia divulgación de las conductas a seguir a fin de evitar el contagio, llamados a la conciencia para promover una observancia de las medidas de prevención definidas, e incluso, hasta la exigencia de responsabilidad penal a los infractores.

Sin embargo, la tendencia al crecimiento en el número de casos confirmados y altas de incidencia, además de dos y hasta tres o cuatro fallecidos de manera sostenida cada jornada, desde inicios de año, y convertirnos en el epicentro de la pandemia, deja en claro que, a pesar de la preocupación y entrega, algo nos está fallando.

Si hay alguna otra razón, a fin de averiguarlo tocará aunar esfuerzos a epidemiólogos y otros especialistas de la Medicina, biólogos, matemáticos (con sus modelos de pronósticos), sociólogos…, pero, sin duda, saltan a la vista algunas razones que constituyen causas probadas de los altos niveles de contagio y su dispersión, las cuales pudieran resumirse en una sola: A algunos pocos les falta hacer, mientras que el resto –la mayoría– debiéramos, sin excepción, tomar lo consumado solo como punto de partida y hacer más, sobre todo, en el orden personal, con el rigor, la constancia y la sistematicidad como aderezos esenciales e imprescindibles.

Y no solo hago referencia a quienes dejan en casa el nasobuco o lo usan mal, no guardan el debido distanciamiento, olvidan o desestiman la desinfección (manos, zapatos, objetos, superficies) como corresponde; hablo, asimismo, y a mi juicio, de algo más preocupante: aquellos que, como ejecutores o jefes, son responsables de la no realización de los pesquisajes o su práctica rutinaria, de los PCR o ingresos tardíos, las altas demoradas, con la consiguiente inmovilización de camas, y otros incumplimientos relacionados con el control epidemiológico, el aislamiento de positivos, sospechosos y contactos o protocolos médicos-sanitarios.

Por el momento, la clave está en cortar la cadena de transmisión, para lo cual es imprescindible respetar las barreras físicas, neutralizar el virus con productos químicos y quedarse en casa, en tanto salir a la calle implique cuestión de vida o muerte.

La notificación oportuna y urgente de los casos (aunque sean solo sospechosos) también es importantísima. Debe hacerse lo más rápido posible. Esto permite llevar a cabo, de manera inmediata, las acciones de intervención y de bloqueo en la zona donde vive el paciente y, en consecuencia, evitar el contagio.

Cortar la cadena de infectación no es una opción más, es la única. En ello nos va la salud y la vida. Lograrlo con toda urgencia es sinónimo de reducir el número de hogares enlutados y ahorrarnos recursos al disminuir la cifra de personas enfermas, a quienes podríamos evitarles probables secuelas.

Significa, también, evitar que la situación se nos complique todavía más con la llegada de la primavera, las lluvias probables, el Aedes aegypti y el dengue.

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