Con el aval de ser una de las voces más autorizadas en materia enfermedades infectocontagiosas, el DR. Francisco Durán García, director de Epidemiología del MINSAP, ha reiterado con mucha fuerza que la COVID-19 es traicionera. Y lo es tanto que a las indeseables y peligrosas afectaciones propias del mal, suma otras colaterales, unas por probar, y otras ya confirmadas, pero en ambos casos, igual de dañinas.

Entre estas últimas, tal vez sin que algunos se hayan percatado y otros no quieran admitirlo, está una sutil subida de precios de los productos agropecuarios, que –en desleal juego de no pero sí- pretende disimularse, para poco a poco ganar terreno, sin críticas ni enfrentamientos.

Aunque aparentemente desdeñable, pesa mucho en realidad y termina por sumar mucho billete. Hablamos de cinco pesitos (a veces más) –por encima del precio habitual- en este y aquel producto (ajíes, botellas de puré, ajo, cebolla…), el mismo precio por menos cantidad, y del pre envasado -sin el ofrecimiento de ninguna otra opción-, de productos imprescindibles y habituales en la mesa diaria del cubano como la yuca, el boniato, la malanga, con lo cual imponen un “lo tomas o lo dejas”, y obligan a adquirir cantidades que no se quieren ni necesitas, e incluso, a veces para lo cual no alcanza el dinero o queda fuera de la planificación.

Son el resultado de una insuficiente oferta”, dirán no sin razón los demasiado pragmáticos, pero sin dejar de serlo, los acostumbrados a poner el nosotros por encima –o al menos al mismo nivel- del yo, comprenderán, con muchísima más razón, que estamos en presencia del comportamiento usurero de egoísta, manifestaciones de un contrato rubricado con el Diablo, a fin de refrendar el canje del alma por un puñado de pesetas.

Los comerciantes optan por defenderse con el argumento de que precisados a comprar más caro están obligados a vender también más caro. Y puede que sea verdad, pero como es un mal que corroe, mucho más ahora en tiempo de COVID-19, es menester atacarle primero, donde quiera que pueda estar originándose, pero asimismo, en cualquiera de sus variantes, lugar o espacio que se presente.

A raíz de las primeras manifestaciones de la COVID-19 en la Isla, las autoridades y los vecinos, unidos, le presentamos un combate feroz al alza de los precios de los productos del agro, y no fue poco el terreno ganado, a favor de una relación de compra-venta que no resultara tan abusiva. Luego, entregados en cuerpo y alma al noble empeño de evitar contagios y muerte a cuenta de la pandemia, descuidamos este otro frente, tal vez obviando que donde también ello define la salud de la nación.

Es lícito asegurarse un acomodado bienestar individual, pero puede que no sea lícito ni moral o humano alcanzarlo a precio de oro por el alimento que urge, sobre todo ahora en medio de la crisis desatada por la pandemia, y tiene como noble destino al compatriota, vecino, o el médico y el maestro, que, respectivamente, curan y enseñan, sin pedir nada a cambio, a los hijos de todos, incluidos los de quienes parecen vender con ojos cerrados. Lícito, tal vez, pero más que todo, impropio, vulgar y miserable. ¡Volvamos a la carga!