Si después de haber puesto a tiro de gracia a la COVID-19, Cuba y en particular La Habana, protagonizan un sorprendente rebrote, es solo porque el virus que la provoca encontró al mejor de todos sus posibles aliados: sus propias víctimas, en este caso, las personas.

Y puede que no seamos todos, es verdad, pero, auxiliado en su alta letalidad, el SARS COV-2 le sobra con la cooperación de unos pocos para convertir a muchos en blanco perfecto y a su vez en potenciales vehículos para multiplicar el contagio.

Cerradas las fronteras interprovinciales, limitada la circulación, reducida las compras al municipio de residencia, decretado el acuartelamiento domiciliario entre las siete de la noche y las cinco de la mañana, para lograr ponerle freno a la pandemia nos queda accionar más en los barrios en busca del imprescindible y profiláctico distanciamiento social, sobre todo en las colas, y apretar las clavijas a esos náufragos extemporáneos, que además de jugar con la salud y la vida propias, se arrogan el derecho de hacerlo también con la ajena.

Las soluciones a los problemas que son de todos únicamente podrán encontrarse con el concurso de todos. Frente a la CIVID, no basta con que yo cierre las puertas de la casa y el cuerpo al visitante indeseable, si los vecinos y los otros que se me puedan acercar no hacen lo mismo, como no basta los continuos llamados a la conciencia y la actuación por el orden y la disciplina, limitada a unos cuantos.