Los habaneros estamos contentos, y no es por gusto. Las autoridades políticas y sanitarias han decretado el tránsito de la provincia a la fase inicial de la primera etapa de la recuperación pos COVID-19, y además de momento muy esperado, sin dudas resulta estandarte victorioso, a enarbolar como resultado de la concordia en esfuerzo y entrega, por parte de muchos.

La contagiosa alegría va al compás de dos razones intrínsecamente muy ligadas la una a la otra: de un lado, la posibilidad del retorno a la normalidad; de otra parte, el hecho de que aunque resulte una vuelta a la cotidianidad, distinta y también relativa, todavía en este momento, resulta posible solo porque hemos logrado un palpable control sobre el nuevo coronavirus y la enfermedad que contagia.

Bien sabemos la enorme felicidad que entraña decir adiós al confinamiento hogareño, disfrutar el regreso del transporte público, la posibilidad de volver a ver cara a cara a compañeros de trabajo, familiares o amigos y hasta disfrutar de una escapada a un bar, restaurante e incluso la piscina o la playa, sobre todo ahora que el verano toca a la puerta.

Sin embargo, todo ello implica asimismo, una enorme responsabilidad, que, sin embargo, como descansa sobre el hombro de cada una de las personas que habitamos la urbe, al quedar repartida entre tantos, se reduce al cumplimiento de lo establecido, en lo personal, y como aporte adicional, nos tocaría exigirles – y cuando menos repudiar-, a quienes frente a la pandemia optan por rendirle culto a la indolencia.

La triste y luctuosa saga de la COVID-19, en bastante poco tiempo, ha hecho palidecer la mal ganada fama de otras pandemias tan tenebrosas que azotaron al mundo como el Ébola, influenza H1N1, SARS (2003), gripes asiática y española…

Mantener a raya a un enemigo que, aunque bajo control no ha sido definitivamente derrotado, exige un respeto estricto de todas las restricciones y normativas, sanitarias y sociales, dispuestas para esta etapa del desescalamiento, sin excepciones. Una sola imprudencia, un solo imprudente, puede reactivar la cadena de transmisión y echar todo por tierra.

Ahora mucho más que antes, la desinfección personal, de objetos y superficies, además del distanciamiento social, constituyen el freno disponible, de mayor eficacia.

Hemos de entender que somos parte de una sociedad que ahora más que nunca demanda de nuestro esfuerzo y compresión. El compromiso social exige ahora la misma pasión que la más ferviente fanaticada le pone al triunfo de su equipo frente a los rivales. La salud, la estabilidad personal y colectiva, e incluso la existencia misma, están en juego y son –en consecuencia- lo más importante a defender en este minuto. De haber vida, ya habrá tiempo para todo lo que nos hemos visto obligados a aplazar por el momento.