No son pocos quienes, a lo largo de la historia, les abrazó fama y éxito, aun después de que otros grandes que le antecedieron, le auguraron fracaso rotundo, acompañado del consejo de que mejor se dedicaran a otros menesteres.

Entre los predestinados a figurar en el montón y finalmente resultaron tocados por la gloria los hay músicos, escritores, arquitectos, pintores... No son muchos, tampoco pocos, pero en todos los casos les salvó la disciplina y dedicación.

Es una lección muy a tono en tiempos en que la COVID-19 hace de las suyas: el éxito, más que al llamado del talento mismo, responde, con mayor frecuencia, a los requerimientos de la disciplina y la constancia.

Algunos apuestan a la invención de una vacuna salvadora –con la cual no contaremos nunca antes de unos 14 meses-, cuando el más elemental sentido común indica que a la pandemia, que ahora mismo mantiene en vilo al planeta de un extremo a otro, solo podrá ponerle freno un respeto terco de las medidas de aislamiento.

No hace falta ser entendido ni adivinador para saber que si usted no tiene contacto con personas contagiadas y evita tocar superficies que puedan estar contaminadas, el SARS-CoV-2 no tendrá forma de llegarle, invadir su cuerpo y afectarle.

¿Entonces por qué exponerse y con ello poner en riesgo también al resto de la familia y a otras personas? La vida de por sí es demasiado corta para venir uno mismo a hacerle su trabajo a la “guadaña”.

El alto de nivel de contagio del nuevo coronavirus –y la tremenda letalidad del mal que provoca- imponen que todo el mundo actúe como si se tratara de un enfermo, quien por no querer ser la causa de la enfermedad y tal vez la muerte de ninguna otra persona, asume una conducta muy responsable y anula todo contacto riesgoso.

En obligadas e impostergables salidas veo y escucho algunas cosas. Por suerte constato que las buenas prácticas han terminado por imponerse. Ya la disciplina va de la mano de la voluntad y el esfuerzo estatal para tratar de detener la pandemia, no obstante, lamentablemente todavía persisten algunos que no quieren darse cuenta de que conducirse consecuentemente es –literalmente- una cuestión de vida o muerte, en el orden individual y colectivo.