Por esa inclinación inexplicable de los humanos a las conmemoraciones redondas, pero sobre todo por su condición de ciudad fascinante y cautivadora, ahora mismo toda (o casi toda) la atención del planeta apunta hacia La Habana. Anda ya metida en años, mas asombrosamente no peina canas y conserva intacta la pasión juvenil. La Habana se abraza al mar, navega y flota en un océano de colores, sonidos, olores.
Así es: geografía, historia, arte, ímpetu…, sorpresa por todos lados, en una mezcla de influencias españolas, africanas, chinas y hasta árabes, que termina por fascinar y enamorar a la vuelta de cada esquina. Musa de poetas, inspiración de cantores y personaje de literatura, eso le ha tocado en suerte ser también una ciudad que mucho atesora para mostrar y ofrecer.
En La Habana, al decir de Alejo Carpentier, coexisten “todos los elementos de la perfección: …un malecón comparable únicamente con los de Niza y Río de Janeiro; un clima que propicia flores en todos los tiempos; un cielo que no cubre los pavimentos con lodos grises; una situación geográfica que pone decoración de mar, nubes o sol, al final de cada calle…”.
No son pocos quienes afirman que lo mejor que tiene esta ciudad es el valor que le dan sus hijos a la amistad y la facilidad con que abren brazos, puertas y hasta el corazón al visitante o necesitado. Para mí, en particular, la Villa de San Cristóbal de La Habana es mi lugar en el mundo. Fue cuna, ha sido y es escuela y hogar, y será tumba.