La insensatez, con sus múltiples variantes es, sin lugar a dudas, la madre de todos los accidentes de tránsito, y en consecuencia también de las muertes y los lesionados que derivan de tales percances. 

Lo corroboran los hechos: altos niveles de indisciplina, escasa percepción de riesgo, acciones temerarias en la vía, vehículos, que sin reunir todas las condiciones se dedican a la transportación masiva de pasajeros sin ser diseñados para esa función, además del uso inadecuado de medios de protección como el cinturón de seguridad o el casco en las motos, fueron, junto a los problemas con la estructura vial y la señalización y el envejecimiento del parque vehicular, las causas con mayor incidencia en los 4 134 descalabros que de enero a mayo tuvieron lugar en calles y avenidas de toda la Isla, y también lógicamente, los 269 fallecidos y 3 063 lesionados que de ellos derivaron. 

Es preciso aclarar que, mientras en ese segmento de tiempo, a nivel de país, disminuye el número de hechos lamentables, las víctimas fatales y lesionadas, comparadas con igual etapa anterior, La Habana repite en el grupo de las seis provincias, con mayores secuelas, en uno y otro casos.

Lamentable e inexplicablemente, en el mundo de hoy existe una enorme brecha entre la letra de todas las regulaciones de tránsito y la práctica, pero en el tema del exceso de velocidad la tendencia alcista es alarmante. La Habana, de un tiempo a esta parte, ha ido escalando posiciones hasta ubicarse, año tras año, en los primeros peldaños, en cuanto a cantidad de accidentes originados por tal motivo. 

Correr es peligroso hasta en cuestiones de amor. Ni siquiera en las pistas es aconsejable la alta velocidad. Está autorizado, mas no exento de riesgos.

Ver vehículos correr –motos en particular- al punto de causar pavor se está volviendo una escena cada vez más común en nuestra querida Habana, y ya incluso hasta en callecitas de barrios. Con el avance de la pavimentación los conductores han ganado malsana confianza.

Veo a los niños entrar y salir de las escuelas despreocupados, con su inocencia a cuestas, y no puedo dejar de “blasfemar” contra esos irresponsables, incapaces de respetar la vida ajena y ni siquiera la propia.

¿Por qué pisar el acelerador con desenfreno al punto de hacer peligrar la existencia personal y de alguien que ni siquiera conoces?

Eso, que algunos justifican con la premura impuesta por los tiempos que corren, casi siempre (te cambia el destino), y termina por conducirte a un lamentable accidente, con las consiguientes consecuencias que de ello puede derivar.