-¡Esta noche me voy para los carnavales!-

Mis dos hijas me miraron atónitas. Natachita observó a mi acompañante clavándole los ojos con expresión acusadora. Intuyó que era el culpable de mi decisión. Por su parte, Nathalie con aire risueño dijo: - Tú no eres mi mamá-. 

No me asombró la reacción de ambas. Crecieron oyendo vivencias  nada agradables sobre esta fiesta popular. De hecho solo habían participado una sola vez y la experiencia fue negativa. Les dije que, realmente iba a trabajar, pues tenía que cubrir el evento y solo, entonces, respiraron aliviadas.
Realmente a mí también me sobrecogió la idea, pero tenía que cumplir con el compromiso de trabajo.  

A mi mente vinieron mis años infantiles. Cuánto disfrutábamos de este espectáculo. Quizás hasta con menos recursos, pues surgía un disfraz de una blusa, de una saya… pero, eso sí, con mucho entusiasmo. Jugábamos en los palcos con las serpentinas, participábamos, incluso, de la opinión de los adultos sobre la competencia de comparsas y carrozas, que representaban a los diferentes sindicatos con la presencia de las orquestas de primera línea. Y que decir, de los muñecones; nos sorprendían con sus cabezotas y nos hacían reír. Eso sí, todo discurría en un ambiente muy sano propicio para socializar, donde la música y la algarabía eran protagonistas. 

Foto: Gabriel Valdés Valdés

En la actualidad necesitamos un carnaval en La Habana, en toda la ciudad. Pues, más allá del Malecón, la urbe se muestra ajena a la celebración. Los citadinos queremos que sirvan, también, de atractivo turístico, que muestre nuestras tradiciones y sobre todo, donde prime la disciplina para poder disfrutar a plenitud de un ambiente carnavalesco.

Solo así para todos, sin distinción, resultará un acontecimiento.