Está probado: Si cuando hace su trabajo apostado en cualquier tramo de vía de la ciudad, un policía de tránsito se deja ver, todo el mundo –en particular los conductores- extreman precauciones y procuran no cometer ninguna infracción. Sin embargo, en cuanto el agente desaparece, empiezan las indisciplinas viales, y a veces, incluso, ocurre algún accidente.
Por irracional que pudiera parecer, tal actitud viene a demostrar que bien la gente le teme más a las multas y la penalización con puntos que a la muerte misma o bien no es capaz de calcular las consecuencias que pueden derivar del irrespeto a las regulaciones viales, y esto último es algo bien difícil de creer.
Y resulta tan increíble como disparatado oír a no pocos conductores protestar airados ante la recurrente presencia de los reguladores de tránsito y el reforzamiento de la exigencia, como lógica respuesta no solo al significativo incremento de los percances en calles y carreteras, sino también al aparejado alza de la peligrosidad.
¡No entiendo nada! Si la vida es el bien más preciado de los seres humanos y siempre será poco cuánta precaución tomemos para preservarla, entonces ¿por qué incurrir en irresponsabilidades, descuidos, indisciplinas, que desemboquen en accidentes, de cualquier tipo –incluido los de tránsito lógicamente-, con el consiguiente riesgo de incapacidad o muerte, personal o ajena?
Convertirse en ¿involuntario?! criminal o suicida –da igual si de accidentes de tránsito hablamos- será un precio demasiado caro a pagar, lo mismo en rol de víctima como el de victimario.
“¡Quítate los audífonos cuando vayas a cruzar la calle!”. ¿Qué padre no se ha visto repetir hasta el cansancio tal advertencia? Sin embargo, después puede que ese preocupado progenitor, ya frente al timón, actúe irresponsablemente, poniendo en riesgo la vida de otro hijo “tan amado e importante” como el suyo.
Pese a que no hay derecho a ello, los accidentes figuran entre las primeras causas de muerte en la capital, y entre ellos, los de tránsito son los que lideran, abonados por las distracciones, irrespeto del derecho de vía, exceso de velocidad, conducción bajo los efectos del alcohol, y uso irresponsable de las nuevas tecnologías (teléfonos celulares y audífonos).
Y como lo primero es lo primero, no resulta ocioso recordar que nos enfrentamos a una batalla a ganar entre todos, sin lugar a dudas, pero el punto de partida personal empieza por uno mismo.