Foto: Francisco Blanco

Conservo gratos recuerdos del día de la reinauguración de Coppe-lia. Un dependiente amabilísimo nos leyó la lista interminable de sabores –los cuales coincidían con la tablilla de afuera- y debías pedir dos ensaladas o más para poder probarlos todos.

El helado lo sirvieron en pequeñas canoas de loza –a semejanza de los platos hermosos guardados en casa para las visitas- con sirope, galletas y dulces de varios tipos. Como las bolas eran tan grandes, casi no pude terminar mi pedido y las recuerdo muy cremosas, al punto de deshacerse en la boca.

Hago memoria de esto mientras regreso al mismo sitio -Coppelia- donde pido el último y leo la tablilla para ir decidiendo qué tomar. El tiempo me sobra.
Luego de hora y media y varias protestas porque la cola no avanza, entro, pero curiosamente descubro unas diez o quince personas que, podría jurar, no estaban en la fila y ahora van delante de mí.

Finalmente me siento, pero sin apoyar los brazos en la mesa por-que, aunque las limpien, siempre están pegajosas. Media hora más y nos traen agua; otros treinta minutos y nos atienden: “vainilla, guanábana y coco, ¿cuántas ensaladas quieren?” .

Mi mente divaga… ¿y si no quiero ensaladas, podré tomar Jimaguas o Tres Gracias? ¿Qué pasó con los sabores de afuera? ¿Tendrán dulce? Las preguntas me invaden mientras evoco aquel día de la reinauguración.

Un rato después viene el helado, monocromático, y me divierte pensar en cómo se las ingenian para no confundirse… La cuchara se dobla de solo mirarla, pero debe ser mi mala suerte porque a otros en la mesa no les sucede.

Termino, pago y salgo, no sin antes repasar la tablilla de afuera, la de los sabores de mentirita y las Vacas Negras que, por cierto, olvidé preguntar si había.
Ya en la parada, reflexiono: ¿soy yo quien debe preguntar? ¿Por qué es tan lento el servicio? ¿Qué pasó con los platos de loza? ¿Por qué las bolas son tan diferentes en tamaño unas de otras? ¿Por qué tienen hielo? ¿Por qué…?

Llega la guagua y mis reflexiones cambian. Solo me queda la esperanza de que, algún día, vuelvan a inaugurar Coppelia… o mejor, deberían reinaugurarlo todos los días.