En una sociedad que puja por un nuevo ordenamiento, hay que regular el derecho al silencio. Ni casas, ni establecimientos privados o estatales, tienen el mandamiento de establecer el ruido con sus nuevas tonadillas de reguetón u otro ritmo cardíaco. Hasta ahora, aun cuando existe legalmente lo estipulado para que el respeto sea una norma social, no se ejerce de forma consecuente por parte de las autoridades del gobierno. Si así fuera, lloverían las denuncias y los causantes de este daño se atendrían a las consecuencias.

Como en cada país, se debe dar a conocer el horario para fiestar, los decibeles posibles, y el respeto al derecho ajeno para establecer la paz y la concordia social. Hace unos días atrás, tuve que hablar con el encargado de La Pelota, en 23 y 12, quien accedió a bajar la música con la cual -en un establecimiento vacío- molestaba a los clientes del negocio del lado, donde yo estaba sentada intentando establecer una conversación que duraría menos que el consumo de una carísima bola de helado.

Últimamente me había refugiado para escribir en una habitación, en sentido contrario del ruido de la calle, pero –lamentablemente- me han tocado unos vecinos que ya vinieron con los oídos y el buen gusto dañados. Sociedad “a la bartolina”, sin exigir deberes y derechos ciudadanos, sin educar en el respeto, tiene un perjuicio mayor que el económico. Es una bola de nieve en el Trópico.

Otras informaciones:

Limpiaron el megavertedero de 21 esquina 16 en el Vedado capitalino