Voy a contarles tres historias reales, de sábado, indistintas, pero con denominador común: el servicio al prójimo. Para quien nos la cuenta, fue un día de la semana muy movido y concluyó con los sinsabores de una jornada compleja, pero siempre con una luz de esperanza, aunque quizá no con las amplias sonrisas y la felicidad que en cada capítulo nos transmiten las protagonistas de la novela de turno.

Reglas de la Casa

Ante una necesidad imperiosa, un amigo salió a buscar un impulsor de agua, pues una rotura imprevista en el de su casa, dejó a la familia sin el preciado líquido durante varias horas. La recomendación de una vecina lo enrumbó hacia un establecimiento privado (una mipyme, para que se entienda), donde, le comentó, existía la mercancía, en moneda nacional y a un precio, aunque todavía alto para sus ingresos, accesible para sus posibilidades del momento.

Ese comercio está situado en el municipio de Playa, a unos cuantos kilómetros de su domicilio, pero el transporte no fue impedimento para llegar al lugar indicado. Luego del intercambio de buenos días con el empleado, la primera afirmación de este último lo dejó atónito completamente. "Solo aceptamos billetes por encima de 200, amigo". Con la cara de asombro más grande de los últimos tiempos, y casi sin poder respirar solo atinó a decir: "Y esa decisión a qué se debe". Obtuvo por respuesta algo más increíble todavía: "Reglas de la Casa".

Pero como dice el refrán que la necesidad hace parir hijos machos, "por suerte" los billetes que tenía eran de denominaciones mayores, por lo que, decidido, solicitó el equipo de marras.

-Me lo enseña, por favor, casi rogó al dependiente.

-Mírelo, es este, ripostó el aludido.

-¿Me dice la marca?

-Esta es la caja, no tiene marca, respondió nuevamente quien lo atendía.

-Ok, me lo voy a llevar, dijo finalmente.

Ya entregados los billetes para el pago, una voz del otro lado de la tienda lo sacó del momento exacto en que se llevaba el producto.

-Señor, eso no tiene garantía, sabe, son Reglas de la Casa...

Nada, que aún mi amigo sigue sin el impulsor de agua. Vaya Reglas de un mercado que quiere imponerse en las actuales condiciones del país.

QR

El mismo amigo, ya molesto por el fracaso de su primera gestión sabatina, decidió "hacer ejercicios" y se fue a caminar por una de las arterias más concurridas de La Habana. La avenida 51 atraviesa varios municipios capitalinos y entre establecimientos privados y estatales, es una zona donde se puede encontrar todo o casi todo lo que uno necesita para la subsistencia diaria.

Y allá fue a recorrerla hasta llegar a un Silvain, esos establecimientos otrora repletos de dulces y panes, y que ahora expenden casi lo mismo que los más cercanos del sector no estatal.

Pero, ¡vaya suerte!, uno de estos estaba abierto y ofrecía, a un precio módico para estos tiempos, torticas y pasteles acabados de hornear. Decidió entonces adquirir algunos y pagar por vía electrónica. Con una señal de dedo y sin mirarlo, la dependiente le señaló el cartel con el código a escanear. Presto, lo intentó varias veces y nada, pues al parecer, detrás del cristal donde estaba guardado, no era posible hacer la operación.

Luego de solicitar que se lo acercaran, a regañadientes y con un manotazo que removió a quienes esperaban en la cola, la joven depositó el cartón plasticado sobre el mostrador con restos de alimentos. Por fin, pudo escanear y pagar los productos y al retirarse del establecimiento quedó pensativo si el sábado había sido un buen día para hacer mandados. Iba de 2-0, como en el béisbol, pero no a su favor...

El bodeguero

Buenas tardes, en qué puedo ayudarle, le dijo el bodeguero mientras revisaba la libreta para apuntar el módulo gratis que se entrega por estos días en la ciudad.

Buenas tardes, hermano, ripostó mi amigo porque ya eran pasadas las 12 del mediodía y el sol, más caliente que nunca, le pareció a él, invitaba a terminar lo antes posible cualquier otra gestión.

-Todo bien mi amigo, le toca su módulo, espere un momento por favor, que enseguida le despacho, dijo, y se fue en busca de los productos.

Otro dependiente, que estaba apoyando en ese local porque se lo pidieron, igualmente comenzó una charla sobre los horarios de recepción de mercancías y la orientación precisa que tienen de despachar lo que llegue sin importar horarios, "porque hay que ayudar a la gente con lo que llegue aquí", expresó enfático y siguió narrando sus experiencias de más de 35 años detrás del mostrador.

Ya con su mediodía consumido, mi amigo inició el regreso a casa, meditando, pensando en qué momento algunas personas perdieron la capacidad de ayudar, de los tres momentos vividos, y de que no es solo un problema de propiedad para ofrecer un buen servicio, como hoy se debate en múltiples "foros" en las redes sociales. El problema está más, me dijo él y yo coincido, en la pérdida de valores que se aprecia en el día a día, aunque personas como el hombre de la bodega "saquen la cara" y demuestren que no todo está perdido.

Nos queda todavía la esperanza de la mejoría y apostar porque sea regla y no excepción, la actitud del bodeguero del barrio. Ese puede y debe ser uno de los caminos hacia un futuro mejor.

Ver además:

La luz de su sonrisa