Julio, hasta el momento, ha sido un mes raro, angustioso, lleno de sorpresas desagradables. La COVID-19 puso cerco en torno a mi casa. Todo comenzó, días atrás, con el cierre del rapidito de calle 20, en el Cotorro, por haberse detectado allí casos de la enfermedad. Después, esta semana, todo se complicó.

Un día, no recuerdo exactamente cual, salgo a unas gestiones, y al regreso, me encuentro que calle 71, de 22 a 20, ha sido cerrada. Ahora la pandemia se acerca a la puerta de mi casa. Comprendo debo redoblar los cuidados. Vuelvo a salir, al regreso, otras dos cuadras están cerradas, ahora, obligatoriamente debo caminar el doble para llegar al parque, y lo que es peor, la pandemia sigue cercándome. Las cintas que cierran el paso a personas y autos, así lo indican.

Este jueves, en cuestión de minutos, todo volvió a complicarse. En 22, entre 71 y la calzada, se encuentran el Cotorrón, sitio donde estaban vendiendo el picadillo normado, pues la carnicería se encuentra en una de las calles que ya habían sido cerradas; un poco más allá, está la panera. Paso frente a esos establecimientos, para ir a buscar hipoclorito. Al regreso, marco para el picadillo. Llego a la casa en busca de la libreta. Una nueva cinta se ha levantado en el barrio y ahora no se puede pasar por esa cuadra.

Se toman medidas urgentes para seguir con la venta del picadillo. El pan se traslada de lugar. Pienso en todas las vueltas que debo de dar ahora para cualquier gestión mientras veo como algunos inconscientes tratan de pasar por debajo de la cinta. Se les llama la atención, se molestan, protestan, pero finalmente tienen que dar media vuelta. La pandemia no puede seguir expandiéndose.

Pienso en las incomodidades que tendré que enfrentar desde ahora, cuando una gritería me vuelve a la realidad. Un grupo de personas va corriendo con un niño pequeño en muy mal estado, me estremezco de verlo, lo montan en la primera máquina que ven y salen disparados.

Esta pandemia no es cosa de juego, ni entiende de edades. En el barrio dicen es posible cierren otras cuadras alrededor de la cuadra donde vivo. De pronto, ya no me preocupa si debo de caminar medio kilómetro, o kilómetro y medio, sorteando las cuadras cerradas para no tomar por ellas, o si quedo aislado en un mar de cuadras cerradas. Ahora comprendo, mejor que nunca, la necesidad de reforzar las medidas higiénico-sanitarias para combatir la COVID y no me molesto porque deba de viajar en medio de este laberinto contra la pandemia que poco a poco se ha ido edificando en torno mío, o si quedo atrapado en su interior, ahora solo importa cuidarme, para así, cuidar a los demás  y contribuir a que la COVID, por fin, se aparte de nuestras vidas.

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