Foto: www.uci.cu

Si se camina por estas calles resaltará algo icónico. La Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) se ha convertido, más que en una ciudad universitaria, en un campo de batalla. Las ambulancias simulan como tanques de guerra de un lado a otro, cada edificio radica como trinchera y los soldados circulan por doquier.

La guerra comenzó hace más de un año. Las primeras huestes lucharon, sin ninguna experiencia, contra el enemigo que se convertiría en la mayor amenaza del siglo XXI. Armados solamente con el uniforme, un cubre bata, mascarilla y gafas protectoras, comenzaron los primeros disparos cargados con balas de valentía y esperanza.

¿El enemigo? Un virus que comenzó azotar el mundo desde finales de 2019 y que ahora se expande por todo el planeta a cada segundo. La COVID-19, si ganara esta guerra, eliminaría a la humanidad.

Afortunadamente cada semana ingresan nuevos batallones de refuerzo. Las milicias, ahora no tan inexpertas, se unen al gran ejército para continuar en esta lucha, que lejos de rápida, ahonda en la resistencia.

A los heridos de guerra se les despide de la zona roja con la satisfacción del deber cumplido. Tras la reflexión de que cada PCR negativo representa una minúscula victoria en esta inclemente cruzada.

Los portadores de pijamas verdes tienen miedo. ¿Miedo? Sí, a perder una batalla, al destino final de cualquier paciente, a convertirse en portadores del enemigo entre las tropas. Persisten como humanos, hijos, padres y hermanos, sin embargo, se sobreponen a tales emociones por el bien común.

La guerra epidemiológica mundial aún no termina. Se desconoce el futuro. Sólo se tiene la certeza de que mientras exista la coacción viral, seguirán llegando reclutas al campo de batalla de la UCI.

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