La Habana llora, en sus calles se percibe el silencio que provoca la ausencia del más leal de sus defensores, del historiador amante y amado que por siempre será Eusebio Leal.La noticia impacta, estremece.
Desde la casa me entero, Eusebio Leal no volverá a recorrer las calles de su amada Habana. La muerte quebró su fatigado cuerpo. El hombre cuyos pasos resonaban en los adoquines coloniales, el del verbo preciso y elocuente, espoleó su corcel y se convirtió, sin proponérselo, en parte de las leyendas de esta ciudad de columnas y columnatas.
En cada esquina se siente el silencio que su partida deja. Es una ausencia ficticia, un olvido que no existe, cual Caballero de París se filtró en las comisuras de las calles, en los más recónditos barrios de esta Habana que hizo suya, y que en pago, le ha hecho suyo. Él, a quien ningún barrio le fue ajeno, y ninguna historia pequeña, ahora desanda entre el bullicio de la gente, en el rumor de las olas, en el potente estruendo del cañonazo de las nueve.
Eusebio Leal dejó su caparazón de carne y hueso, para convertirse en guardián de esta urbe donde el mar y el eco de los gritos de antiguos navíos, se mezclan con el cuero de las tumbadoras, el cláxon de coches modernos y antiguos, y el bullicio de su gente. Hoy Cuba le llora. La Habana, en su honor, viste con sábanas blancas sus balcones este fin de semana.