Nunca me ha gustado la ropa ajustada o muy corta. Durante mi infancia siempre fui la niña boba del aula y no tuve novios hasta el preuniversitario, pero no debido a algún tipo de represión familiar, sino porque me gustaba ser de esa manera.

Sin embargo, tengo una amiga –llamémosle Rebeca– cuyo carácter es totalmente opuesto al mío. Desde la primaria ya andaba con sus amoríos y en la secundaria se sabía todos los escondrijos para besuquearse sin ser vista. Cuando la conocí, cambiaba de novio cada dos semanas y lo peor es que se “enamoraba” perdidamente de cada uno de ellos.

Salimos juntas muchas veces de adolescentes y, cuando un muchacho nos miraba, yo quería que me tragara la tierra de la vergüenza, pero Rebeca le coqueteaba con una naturalidad espantosa mientras yo me sonrojaba la mayor parte del tiempo. Crecimos y cada una desarrolló su personalidad. Yo, cada vez salí menos de noche y aún hoy evito las calles desiertas y las fiestas de madrugada, pero ella carece de ese miedo a la vida nocturna y disfruta de su libertad y extrema valentía.

Como mujeres, tenemos algo en común: ambas caminamos con audífonos siempre, porque la música, además de alegrar el alma, evita que escuchemos los “piropos” groseros de los hombres irrespetuosos de la calle, quienes se sienten con total autoridad de soltar sus asquerosos y ofensivos comentarios a cuanta falda les pase por delante. A veces, ella les contesta… a veces, yo los ignoro. Cada una tiene su manera de lidiar con un mal que se ha convertido en cotidianidad y tormento de muchas de nosotras. Y es que vivimos en un mundo donde algunas mujeres cruzan la calle si ven un grupo de hombres sentados en la acera, para evitar insultos; un mundo donde muchas, hoy, alzan su voz en Chile con el canto de protesta "Un violador en tu camino”.

Aunque iguales, entonces, mi amiga y yo somos diferentes en algo más: ningún hombre nunca ha abusado de mí, ni me he visto en ninguna situación de violencia física…, pero de Rebeca, sí; y no fue su culpa, ni de dónde estaba, ni de cómo iba vestida, y si en algún segundo te pasó por la cabeza idea semejante, entonces el violador está justificado en ti. El violador, eres tú.