
Los músicos, en la música (valga la redundancia) sabemos y tenemos conciencia que el tiempo y los tiempos son inviolables, de lo contrario estamos “atravesados”. Si este concepto lo llevamos a la vida corriente o regular tiene el mismo significado y cuidado si hasta “montados con la clave”, este planteamiento pone en vilo, que en el caso de la música cubana muchas decisiones fueron tomadas en un contexto ya fuera de su tiempo.
Todos los géneros de la música cubana nacieron, florecieron e invadieron el mundo hace más de un siglo, y justamente fue en estos últimos años, después de tanto camino recorrido, de ser reconsideradas y declaradas patrimonios de la nación.
Esto explica, a mi modo de ver, una repetida práctica errónea y forma de operar que nos ha puesto –a toda una nación– en difícil posición ante otros vecinos con superiores opciones económicas.
En Cuba a todos los géneros de la música popular debían habérseles otorgado (insisto) la condición de patrimonio. Se lo habían ganado hace mucho tiempo y ese tiempo perdido dio la posibilidad a otros (foráneos) casi de asumirlos como suyos por la insuficiente atención, por subestimaciones y errores estratégicos en materia musical.
Me consta la lucha librada, desde hacía mucho tiempo, por el inolvidable hermano Adalberto Álvarez con el son.
¿Acaso resulta curioso y sorpresivo que una figura tan relevante en el mundo del son haya tenido que luchar muy duro para conseguir la anuencia de que el son tenga su fecha nacional; cuando ya el movimiento de la salsa internacional la tenía? ¿Cómo es posible que la canción trovadora, protagonista en nuestras justas libertarias del siglo XIX, no fuera –dos siglos después– acogida como patrimonio inmaterial de la nación? Estos y tantos otros asuntos musicales están ya “atravesados y montados con la clave”.
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Una reflexión oportuna y necesaria (Cubanía y el verdadero amor)