No será hasta mediados de 2023 que comiencen a disfrutarse de algunas de las producciones de telenovelas retenidas debido a las regulaciones establecidas para enfrentar la COVID-19. ¿Qué sucede, entonces, con los actores seleccionados para el reparto inicial? La respuesta es solo una especulación basada en el análisis de un punto de vista razonable: los más jóvenes no serán adolescentes y los que ahora pueden maquillarse para bajar de los sesenta tampoco tendrán esa posibilidad de esconder un rostro marcado por el tiempo. Sin embargo, este aspecto no será siquiera el menor de los problemas.

Por suerte la preparación de actores en las escuelas de arte cubanas garantiza la presencia de talentos en cada una de sus promociones. La presencia de noveles actrices y actores con un potencial destacable emerge en los diferentes géneros del audiovisual que hemos visto en la pantalla chica. Incluso en un disfrutable intercambio con otros más reconocidos entre los cuales podemos citar a Fernando Echevarría, también exitoso en su responsabilidad a cargo de la selección de actores para diferentes telenovelas cubanas y Jorge Treto, con el cual Tribuna de La Habana sostuvo un diálogo el pasado año a propósito de su papel en la serie LCB La otra guerra. Explicaba entonces, la importancia de la fórmula: buen guion, mejor director y compañeros de reparto:

“Me hizo muy bien trabajar con Rudy Mora. Tuve la suerte de estar en sus cuatro series: La otra cara, Doble juego, Diana y Conciencia. Es un director que trabaja mucho al actor. Lo lleva mucho a lo humano, al temperamento. Me enseñó mucho ese camino interno de trabajar los personajes. Diana fue la experiencia en actuación que necesitaba: Verónica Lyhn (madre), Raúl Pomares (padre), Broselianda Hernández (hermana), Isabel Santos (esposa) y Néstor Jiménez (cuñado). Esa era mi familia.

“Cuando hice la primera escena con la señora actriz Verónica Lynh, me maduró lo que Rudy decía: actuar sin actuar, es meterse lo que está escrito para adentro y actuarle, pero a tu contraparte y no enseñarle los sentimientos. A lo mejor estoy disgustado y no tengo que dar un grito, tal vez con una pausa, un silencio o una mirada dice más que un párrafo entero. En aquella escena mi madre (Verónica) me preguntaba qué me pasaba, por qué estaba triste… Entonces se me acerca Rudy para sugerirme hacer un círculo con mi dedo sobre la mesa, mientras le respondía a Verónica. Ella se sentó a mi lado y puedo asegurar que no escuché cuando dijeron: ¡Corten! Fue impresionante, me marcó mucho.

En una escena en plano-secuencia (no se podía cortar) con Fernando Echavarría y en la cual Pomares debía golpear en el rostro de Broselianda. Sin embargo, Pomares no lograba concretar la acción y daba el golpe en el hombro y no salía. Interviene Verónica para dar su opinión y Rudy acepta. La cuestión es que Pomares comenzaba muy alto y cuando llegaba al climax ya estaba todo. Al siguiente día, con esa nota magistral de Verónica, Pomares le dio una cachetada tan grande que cuando terminó la escena se abrazaron, porque Broselianda se echó a llorar en la acerita de la casa y Pomares no podía consolarla. Esa fue una escuela. Todos esos actores que tuvimos y tenemos el privilegio de tener, entre ellos Frank González (recientemente desaparecido) y Miguel Navarro, quien aportó muchísimo en la formación de los más jóvenes”.

De esta forma termino este “capítulo tercero” sobre lo que considero el largo camino, hasta nuestros días, de la telenovela cubana y su capacidad de sobrevivir al insertarse en los nuevos códigos del audiovisual y sobre todo apoyada en el indiscutible aporte de las academias de arte en Cuba y la capacidad demostrada por los televidentes para catar el buen sabor de cada puesta en escena.

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