La impresión que tuve cuando lo vi, con sus 1,83 metros de estatura y cerca de 90 kilos de peso, el rostro serio y mirada escrutadora, fue la de una persona de carácter y pocas palabras. Sin embargo, el paso del tiempo vino a demostrarme, una vez más, que uno no se puede guiar por la primera impresión.
Con el transcurso de los días, me di cuenta de la alegría que había en sus ojos cada vez que concluían con éxito una operación. Comencé, en cada conversación, a conocerle un poco mejor, de forma que un buen día, el doctor Edel, pasó a tener apellidos (Sánchez Redonet), y a mostrarse como el hombre sensible que es.
En ese dialogar supe que perteneció al tercer Destacamento Carlos J. Finlay. Médico Piti Fajardo, graduado en 1990, y especialista en Ginecología y Obstetricia, estudio que comenzó en 1993 y concluyó en 1997, el doctor Edel lleva ya 30 años como médico, y 23 de ellos como especialista.
Médico por “carambola”
La vida suele deparar sorpresas, algunas amargas, otras agradables, y en ocasiones, una mezcla de ambas. Algo así fue lo que vivió Edel Sánchez Redonet, cuando concluyó los Camilitos. En ese momento tenía una beca de jurídico militar para la Unión Soviética, “pero en aquella época, Cuba donaba algunas, y casualmente donaron la mía, de forma que en agosto, siendo el sexto expediente de los Camilitos, me encontré sin carrera”. Fue así cómo, por las cosas de la vida, finalmente cumplió el sueño de su padre de que él estudiara Medicina.
En la medida que estudiaba, se enamoró de la carrera. Edel recuerda cómo su madre se sentaba con él a estudiar y “me metía los libros en la cabeza” cuando no le repetía una cosa. En esa etapa –comenta Edel-, hacíamos ciencias básicas en Victoria de Girón. El rigor allí era tanto que todo el mundo decía que el que pasaba los dos años de Girón, se graduaba de médico. Entonces existía un respeto tal que tu cogías una 32 para Playa (él vive en el Vedado) y te ibas corriendo desde el paradero de Playa hasta la escuela”.
Entre las personas que le han ayudado en su vida profesional menciona al profesor Neftali Taquechel Tusiente, profesor de Medicina Interna del hospital Julio Trigo. “Él siempre me decía: Edel, la Medicina es sencilla. Un médico, básicamente lo que tiene que hacer es interrogar, examinar, pero sobre todas las cosas, tiene que tener empatía y entender al paciente. Esa es mi máxima”.
Pero, ¿cómo nació el amor por su especialidad?
Cuenta Sánchez Redonet que en el año 1989 fue a trabajar en el municipio Imías, de Guantánamo, como miembro del Contingente Piti Fajardo, el que se dedicaba a hacer medicina rural. “Cuando fui para allá yo tenía un profesor, el doctor Néstor Rodríguez, que me inculcaba el amor por la Medicina Interna, pero eso cambió en Imías. Allá hacíamos esa, además de Pediatría, Ginecobstétrica, por lo que desde el internado comencé a atender a mujeres en trabajo de parto”.
Allí, recuerda, le ocurrieron cosas increíbles, cómo hacer un parto en pelviana, uno gemelar. Aun sin graduarse fue parte de ese ambiente mágico que se vivía en el hospital cuando las cosas salían bien, y la tristeza que se experimenta cuando algo sale mal. “Al municipio iban especialistas a apoyarnos en la asistencia, así conocí a un ginecólogo de Guantánamo de apellido Mena, que me prestó el texto básico de la especialidad: Botella Lluciá, y comencé a enamorarme de ella”.
De esa etapa, sin dudas, el momento más crítico fue el día que hizo el parto pelviano. Recuerda que acababa de llegar del pase y cuando aquello estaba la novela Doña Bella. Él y Eusebio, al que cariñosamente le decían “Chevi”, y que después se hizo nefrólogo, se sentaron a ver la televisión.
“En eso viene corriendo la doctora y nos dice doctor, doctor, Chevi, Edel, tengo una paciente con un niño con los pies en la vagina. ¡¡¿con los pies en la vagina?!!, le dije que no podía ser, porque allí nosotros, como norma, no hacíamos ese tipo de partos.
“Enseguida fuimos y comprobamos que efectivamente, la mujer tenía dilatación completa y estaba pariendo el bebé en pelviano. Ya en ese momento no la podíamos transferir, porque hacerlo era más riesgoso, tanto para la mujer como para el niño”.
Y ahí comenzó lo que pudiera catalogarse como una película de humor negro, o incluso de horror. Al menos así lo debió haber vivido aquella madre, quien vio como Edel corrió a buscar los libros. Imagínese, en medio de tal situación, aquella mujer ve a Edel leerle al Chevi: “mira, aquí dice, primero, que el niño no se toca, se le dice a la mujer que puje mucho, mucho, mucho; (todo eso delante de ella), aquí dice que cuando salen los hombros se hace la maniobra de Bracht, pero fíjate, tienes que tirarme el niño para arriba, entonces yo empujo el útero para abajo”.
“Pero Chevi, si no sale, ahí es donde se complica todo. Y aquí comienzan a describir un montón de cosas”. El susto de esa madre, debe haber sido de muerte. Pero, tuvieron la suerte de que “Chevi hizo la maniobra de Bracht, yo empujé, y parió. Teníamos la ambulancia encendida, todos en el hospital viendo qué pasaba, y cuando el niño lloró, todos en el hospital empezaron a gritar y dar brincos, fue muy emocionante”.
Lo otro que me hizo enamorar de esta especialidad y que ha contribuido muchísimo a mi formación, fue la sensibilidad de los campesinos, de ese guajiro que está en el monte, en esa parte de Cuba que muchas personas no conocen. El agradecimiento que esas personas sentían cuando uno las atendía. El respeto y el cariño, con el que trataban a uno, me hizo mejor médico.
Mozambique y Katar, dos experiencias inolvidables
Edel resume su aprendizaje médico en tres grandes etapas: “Imías, que me enseñó a ser médico, la sensibilidad; Mozambiqueme me dio la práctica, y Katar me dio la madurez. En Mozambique “trabajé en el distrito más difícil, en Kuamba, en la región norte, dónde solo estábamos tres cubanos”.
“El salón de operaciones era de piso de tierra. Allí operaba con un técnico, y a las 12 del día, cuando miraba para el lado, todos se habían ido a almorzar. Tuve que transformar eso a golpe de ejemplo. Algo que los impactó fue que vieran que en aquel saloncito empecé a operar las cosas que no tienes idea”.
De Katar, recuerda cuánto aprendió, ese necesario roce con equipamiento médico del primer mundo que le permitieron ampliar sus horizontes.
En medio de la pandemia
Por las vueltas de la vida, desde diciembre de 2020 comenzó a trabajar en el Hospital Ginecobstétrico González Coro, sitio donde le conocí y en el cual, confiesa, se siente muy bien, “porque estoy rodeado de un colectivo con deseos de hacer cosas, y hacerlas bien; donde constantemente sus miembros están superándose”.
“Este es un hospital con un alto nivel de organización. Aquí se respira un ambiente de respeto. Todas las semanas, cuando no nos ves en la sala, estamos al fondo, revisando diversos temas, entre nosotros y a veces incluyendo profesionales de otros centros”.
A sus 54 años, Edel tiene bien claro que cuando cumpla 65, y pese a tener una meliopatía espondilótica cervical, con afectación neurológica, no va a retirarse, porque no imagina su vida sin la Medicina, la cual, afirma le ha dado todo: “los momentos gratos, los malos, y los disgustos”. Sin embargo, ese amor que siente por ella no es patrimonio exclusivo suyo, pues como él, en Cuba existen miles de profesionales de la Salud, que con su accionar diario contribuyen a hacer de la Medicina una hermosa oda por la vida.
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