Foto: Martirena

A partir de la entrada de Donald Trump en la Casa Blanca, comenzará a “barrer” todo lo que impida o haga sombra a su mandato –en sus aspiraciones más allá de las fronteras de la Unión, como el cambiar el nombre al Golfo de México, ocupar el Canal de Panamá y adjudicarse Groenlandia– porque en lo interno anunció que revisará y anulará las órdenes presidenciales dictadas por el anterior mandatario que no coincidan con sus intereses políticos.

Por supuesto, incluso con el reciente acuerdo de alto el fuego en la Franja de Gaza, no faltará su apoyo irrestricto a la agresión Israelí contra Palestina y otros países del Oriente Medio; sostendrá al gobierno terrorista instalado en Damasco y continuará señalando a China y Rusia como enemigos principales.

Si bien es cierto que posee la mayoría republicana en el Congreso y un gabinete y asesores que representan el pensamiento conservador que prevalece en la nación, los analistas aseguran que será un gobierno de extrema derecha con acciones parecidas; sino iguales, al ideal nazi-fascista de la Alemania del Fuhrer, “sin salvar las distancias”.

Irán, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, México, Honduras y Panamá estarán en la mirilla con el objetivo de mantenerlos bajo máxima presión económica para lo cual podría incluso reformular la doctrina militar designando nuevas misiones a sus comandos de intervención militar dispersas, en el extranjero.

Por ejemplo, el Comando Sur (brazo del Pentágono con bases en Latinoamérica) multiplicará su papel injerencista en la región, apoyado por gobiernos sumisos a la política de colonización imperial que proyecta Trump, a lo que se añade la intención de volver a radicar el Comando Sur en el Canal de Panamá, lo cual sería una acción intervencionista que sacudirá todo lo alcanzado por la nación istmeña en cuanto a la “soberanía” en la administración del canal interoceánico.

Ver además:

Las dos caras del monstruo (I)