
Del proceso electoral – cuyo colofón lo constituye el ascenso a la presidencia en Estados Unidos–, nuestro José Martí escribió como solo él lo supo hacer: “En ese preciso instante, el cieno sube hasta los argones de las sillas; las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez; continúan las cubas de lodo sobre la cabeza del anterior presidente; se miente y exagera a sabiendas; antes, durante la puja los candidatos se dieron tajos en el vientre y por la espalda; se creen legítimas todas las infamias; todo golpe es bueno con tal de que aturda al enemigo; el elegido que pudo inventar una villanía eficaz se pavonea orgulloso en su gran fi esta y se juzgan dispensados, aun los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor”.
Con esta formidable caracterización, el lector dispone de la herramienta fundamental para comprender cómo transcurrió la reciente puja electoral entre el republicano Donald Trump y la demócrata Kamala Harris y podría explicarse la conducta prepotente del ganador, mucho antes de la fecha de su investidura, donde repetirá amenazas, ataques caracterizando una política de máxima presión, como si su elección haya sido para desempeñarse como “emperador” de la humanidad.
La fiesta: en los festejos de investidura habrá de todo: poses y trastornos narcisistas, la reafirmación de la necesidad de reconocimiento, de querer ser apreciado como líder salvador y dominado por una mentalidad de: “nos” contra “ellos” que da rienda suelta a la polarización, la victimización, la demonización del oponente y la imposición de un nacionalismo exacerbado, como antesala de la ideología nazi (Alemania de Hitler)-fascista (Italia de Mussolini) a la que se incluye el sionismo (Israel).
La humanidad podrá apreciar la materialización de un pensamiento rígido y desconectado de la realidad expresado sobre bases conspirativas en medio de la agresión y hostilidad permanente con el empleo de un lenguaje despectivo.
Con la aplicación de su política, Trump administrará los destinos del imperio, repitiendo los problemas internos, reales y supuestos, en particular lo que califica como “invasión” migratoria, los fracasos del imperio en las guerras de Afganistán y Ucrania y mantendrá su eslogan: ¡América primero!
Para reforzar su política arancelaria especialmente contra los países que “ataquen” el liderazgo financiero de la nación, con el objetivo de ofrecer un respiro al apabullado dólar, mientras deporta a quienes –según su decisión– no clasifican para residir en ese país al tiempo que aumentará la represión interna contra los inconformes, unos 70 millones de personas desempleadas que habitan bajo puentes y calles de todas las ciudades.
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