
Porque la inspiración no busca el momento preciso, así como tú no mides las toneladas de amor para envolverme, con las que podría componer una eterna Habanera. No hay momento de mi vida que falte tu palabra, tu ejemplo, tu mirada, tu ternura, la inocencia y la vigília de tu corazón ante el futuro, ese dejar de ser para ti, para que el mundo se abra para mi. Y es que nada me falta tú mano me abraza la esperanza, incluso cuando la ciudad arde en la llama del verano y sus muros desgastados se alzan ocultando el horizonte. Sabes que esta inquietud, esa sensibilidad, así como mi despiste acumulado los heredé de ti, no así con la impaciencia y esta inconformidad que educo a golpe de palabras. Una mujer siempre es un árbol frondoso donde recoger la savia del universo, mi madre, hoy tus flores y frutos son los más ricos en plenitud, porque a tu alrededor se agolpan los brotes que han cosechado tus años.
Si me detiene en la calle algún rostro conocido que mi déficit de atención no permitió retener, entonces me recuerda alguna anécdota donde prevaleciste por tus valores, cariño y fuerza, y cierra con un: Salúdame a Martica. Dices que derrites las piedras del camino con el orgullo que sientes por tu niño, pero yo gané con mucho más, porque crecí nutriéndome de tu entereza, tu silueta de líder tu empatía siempre ante las intransigencias de los que han intentado abusar de otros, y ahí alzaste tú la verdad.
Si a veces no te alcanzo con mis manos manchadas con luz de luna, si llego tarde a la escena de tu amor maternal, si no sale el sol de atrás de una nube grisácea por algunos instantes, te pido perdón. Y con ese acto hipócrita me acomodo nuevamente en tu hombro, porque se que me aprovecho de mis privilegios de hijo único al que le has regalado todo el brillo de tu reflejo. Ya que me convocaste desde antes de nacer con lecturas de García Márquez, café y la belleza de un amor foráneo, ahora lucho yo por crear un nuevo cielo para regalarte cada día. Y te repito que te amo.
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