En tu vientre, el amor conjuga el ciclo de las estaciones y puedo saber cuándo llueve y si la lluvia tiene sabor a nubes de verano o de tormentas.
Puedo ver tus ojos y comprender cómo ha sido el día y si la noche espera devolverme esa mirada con la cual me adentro en mis sueños.
Solo cuando escucho tu voz, después de mirar tus ojos, tienen sentido las palabras -que parecen ser parte de la gran sinfonía de colores y evocaciones en esta jornada de domingo-, entre evocaciones, anécdotas y recuerdos que emergen del reencuentro, la evocación, incluso, a pesar de la ausencia física y la distancia.
Así son tus ojos madre: como el faro que despeja tempestades y mitiga el dolor frente a cualquier sacrificio. Y es también, así como puedo desandar este tiempo.
Siempre habrá un lugar de tu rostro para un beso y observar el orgullo crecido de quienes celebran tu presencia, entre flores amanecidas, notas manuscritas, correos electrónicos y sonrisas.
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