
Una madre, desde el banco de un policlínico, comparte la noticia con el eufórico papá, quien ante la sorpresa de la instantánea reclama jocoso el derecho de autor. Con un solo clic queda inmortalizada la imagen, que viaja desde el momento exacto hasta la charla de balcón que sonsaca estas letras marcadas por la empatía de la felicidad evidente en el rostro materno y la ternura reposada de la niña.
Decenas de historias se desarrollan día tras día en los vacunatorios habaneros, mezcla de nervios y confianza de trabajadores, estudiantes, seres que desean construir la venerada nueva normalidad.
Para muchas familias alrededor del mundo, la oportunidad de acceder a una vacuna que acerque la esperanza de abrazar a sus seres queridos es un escaso lujo. En nuestro planeta los científicos luchan para perfeccionar las fórmulas químicas y alcanzar la maravilla donde niños y adultos quedemos protegidos de la gravedad y la muerte en la feroz pandemia de la COVID-19.
Cada mañana nuestra Isla despierta con ansias de escuchar al doctor Durán, con la noticia de haber vencido una de las cruciales etapas para enfrentar al SARS-CoV-2, aunque definitivamente debemos aceptar que la nueva normalidad requiere aún de una larga batalla donde no podemos prescindir de mascarillas y distancias física adecuadas.
Al final, tocará a los sobrevivientes honrar la vida de aquellos que despedimos en el camino, recordando siempre lo aprendido.
Esta es una realidad distinta, ya nada será como antes, es necesario evolucionar con las nuevas formas que representan mayor cuidado, higiene y respeto por la sanidad pública y el valor real de la vida.
Somos la resistencia, un futuro moldeado por los hijos de la resiliencia y la ternura. Nutrir el alma con el venenoso descuido dejará las secuelas de la ignominia. Seamos hoy todo lo responsables que podamos, procurando un desenlace feliz.
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