Ahí estará siempre entre nosotros, los cubanos”, dijo aquella vez el querido Eusebio Leal Spengler –señalando la estatua erigida a Carlos Manuel de Céspedes, frente al Palacio de los Capitanes Generales de La Habana-, aquella mañana en que celebrábamos el aniversario 145 de la caída en combate del Padre de Patria, cuando fue perseguido por tropas españolas en un paraje de San Lorenzo, en la Sierra Maestra, aquel 27 de febrero de 1874.

Reunido en el patio del Palacio, me reconoció entre tantos solícitos de su intercambio y me estrechó su mano de mambí.

Tal vez, pocos monumentos a Céspedes, tengan esa fuerza de meditación y convocatoria que le otorga el lugar donde se alzan como el de la antigua Plaza de Armas de la antigua Villa de San Cristóbal de La Habana, enclave del alto mando militar español contra el cual luchó y dio su vida por la libertad de Cuba,  quien fuera el Presidente de la República en Armas.

Este lugar habanero, de referencia obligada, adquirió su apariencia definitiva de espacio patrimonial cuando en el siglo XIX, se diseñaron cuatro áreas para jardín y una fuente en cada una de ellas, con senderos bien definidos y en el centro un monumento que dignificaba el poderío español sobre Cuba, durante la colonia, al colocarse –como una espada clavada en el corazón de la Patria- la estatua del rey Fernando VII, la cual permaneció allí, hasta bien entrado el siglo XX.

En el año 1923, el Ayuntamiento habanero de la seudorepública, acordó cambiar el nombre de este enclave por el de Plaza Carlos Manuel de Céspedes, bajo la presión de diferentes instituciones que abogaron por el desplazamiento de la antigua estatua y la colocación en su lugar de la del Padre de la Patria. Sin embargo, no fue hasta 1953, como parte de un concurso entre artistas cubanos, que se encargó la obra al escultor Sergio López Mesa, quien resultó ganador, y el 27 de febrero de 1955, al cumplirse 81 años de la muerte de Céspedes, fue erigida la estatua, realizada en mármol blanco, tomando definitivamente la plaza el nombre del insigne patriota. En su inscripción se lee: “A Carlos Manuel de Céspedes. Padre de la Patria y Primer Presidente de la República”.

Evoco las palabras de Leal, cuando en una de las encrucijadas de su vida contra el inevitable destino que es la muerte, sostuve una correspondencia epistolar por la vía electrónica que inicié cuando le escribí preocupado por su salud y le ratifiqué que viviría más años porque su existencia resultaba necesaria para Cuba, en aquellos momentos y me hizo verle con la fuerza de Céspedes, quien amó a La Habana, donde vivió cuando estudiaba en el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y, posteriormente, el 22 de marzo de 1838 obtiene el grado de Bachiller en Derecho Civil en la Real y Pontificia Universidad de La Habana, en la modalidad de “Claustro Pleno”, tan brillante y preclara inteligencia y verbo directo, transparente y apasionado que impresionó a quienes le sometieron con rigor para la difícil prueba entre prestigiosos examinadores de la época.

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