Unos días atrás –el pasado martes 6 de julio– cumplió 51 años una de las mejores deportistas nacidas en La Habana: la voleibolista Regla Maritza Bell MacKenzie, integrante de las fabulosas Espectaculares Morenas del Caribe, como se conocía al equipo que trajo innumerables alegrías para Cuba en las últimas décadas del anterior milenio y a principios del actual.

Cuando muy pronto queden inaugurados los postergados Juegos Olímpicos de Tokio, y el programa de competencia comience a proporcionar nuevas historias de hazañas y proezas, muchos echaremos de menos la asistencia de un elenco nacional cubano de voleibol a la capital nipona.

Tal vez las nuevas generaciones no extrañen la presencia del vóley femenino de la Mayor de las Antillas
en este magno encuentro deportivo, pero quienes peinan canas o ya apenas tienen qué peinar, no podrán dejar de recordar aquella selección de estelares, donde la zurda capitalina brilló con luz propia.

El saldo de su entrega –y el de sus compañeras, por supuesto– quedó inscrito con letras tan doradas como
las medallas ganadas en tres sucesivos Juegos Olímpicos: Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sídney 2000.
Regla Bell fue protagonista en cada uno de esos éxitos y, por si fuera poco, también puso sus imparables
remates como arma imprescindible para conquistar la cima del podio en los campeonatos mundiales de Brasil 1994 y Japón 1998.

Además de esas actuaciones en lides de primer nivel, Bell y compañía mostraron su hegemonía en la mayoría de los certámenes donde participaron. Juegos centroamericanos, panamericanos, copas mundiales… les permitieron llevar muchos más trofeos de campeonas a su desbordada vitrina.

Quienes la vieron jugar saben que Reglita se apoyaba en su gran capacidad de salto y su potencia como atacadora para agrandar sus 1.80 m de estatura y clavar balones en la cancha de sus adversarias de turno, por muy laureadas que fueran.

También se le recuerda por su probado coraje, lo mismo cuando su conjunto debía remontar un marcador adverso o en las célebres discusiones con las brasileñas, con quienes la rivalidad solía amenazar con extenderse más allá del rectángulo de juego.

En lo individual no dejó de destacarse. Jugó en clubes de España, Italia, Brasil, Indonesia y Filipinas, incluso hasta sobrepasar los 40 años, y la edad no fue obstáculo para que se alzara más de una vez con el reconocimiento de jugadora más valiosa o de máxima artillera. 

Porque muy pronto abrirá el telón de la más importante cita multideportiva –donde de manera inevitable
recordaremos cuánto se distinguió, hace más de dos decenios– y porque muy recientemente fue su cumpleaños, bien vale felicitar a Regla Bell en nombre de millones de cubanos. O, mejor aún, congratularnos todos por haber podido contar con una jugadora excepcional, para bien de La Habana y de toda Cuba.

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