Pedro Medina fue de esos peloteros que tal vez le hubiera bastado un swing para entrar en el mundo de los inmortales del béisbol. Aquel cuadrangular empuñando como emergente en la Copa Intercontinental de Edmonton de 1981 que empató el partido contra Estados Unidos, removió nuestra isla unos centímetros más en el mar, cuando millones de aficionados saltaron al unísono envueltos en una euforia colectiva, y le abrió las puertas de un tirón a esas habitaciones donde solo los grandes tienen derecho a entrar para beber de la fuente de la eterna juventud.

Sin embargo, el impacto de su carrera deportiva de 17 temporadas no se limita a ese momento histórico. “El médico”, como lo llamaban amigos y aficionados, dejó un legado para las nuevas generaciones sobre los terrenos, al punto de ser considerado por muchos especialistas como el receptor más integral que ha pasado por las 60 ediciones de las Series Nacionales.

Aún recordamos los presentes en el estadio Latinoamericano aquel 12 de mayo de 1988, la vergüenza con que asumió su última comparecencia en el cajón de bateo, cuando envuelto en llanto ante la ovación interminable de los aficionados, apenas pudo conectar una rolata por el cuadro para despedirse del deporte activo.

Medina, héroe tantas veces con sus bambinazos por el jardín central para la darle la victoria a sus capitalinos, fue dos veces campeón con Industriales y en un siglo donde los grandes deportistas salían de debajo de las piedras, fue elegido entre los 100 mejores, una distinción que tal vez algunos no comprendan su magnitud.

Conectó en su carrera 1 448 imparables (295 Ave), entre ellos 216 dobles, 23 triples y 221 jonrones (segundo de todos los tiempos entre los bateadores de la capital), empujó además 869 carreras, anotó 886, y terminó con un slugging de 483.

A la defensa, cometió 96 errores en 7 596 lances para un average de 987, con 93 pass ball y sorprendió a 445 corredores robando bases, de los 776 que lo intentaron, números aceptables para un bateador de su categoría.

Con el traje de la selección nacional fue tres veces campeón panamericano y dos centroamericano, y en cuatro ocasiones ganó la medalla de oro en campeonatos mundiales. Entre sus méritos individuales más destacados en arenas internacionales están los campeonatos de bateo obtenidos en la Copa Intercontinental de 1979 y en los Juegos Panamericanos de Indianápolis 1987, así como haber sido seleccionado para integrar el equipo Todos Estrellas del Campeonato Mundial de Japón en 1980.

En la temporada de 1995-1996, el León de nuestra historia regresó a los terrenos como director de Industriales y los llevó al título, al derrotar en la final a los invencibles villaclareños de Pedro Jova, quienes venían de ganar tres coronas consecutivas en nuestros campeonatos domésticos, para redondear así una historia de grandes éxitos en este, el deporte más hermoso del mundo. Nos vemos en el estadio.

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