La Orquesta Sinfónica Nacional sonaba de manera espectacular este domingo. Cada instrumento –articulaba el sonido- con una afinación casi perfecta, la iluminación adecuada sobre el escenario y la emoción en el rostro del maestro Guillermo Villarreal Rodríguez, completaron el conjuro para el “regreso” de la Sinfonía No.5 en Si bemol mayor, de Franz Shubert, como si el propio autor de la obra desandara cada espacio del auditorio bajo el sortilegio de la magia que convoca el amor.
Poco después escuchábamos la Sinfonía No.9, en Mi menor Op,95 de Antonín Dvorák y Dietrich Buxtehude, y todo el conjuro completó una escena poco vista cuando el maestro Villarreal hizo que se transformara cada ejecutante en un instrumento puro; mientras reflejaba en sus manos el sonido.
No podía ser de otra manera, el maestro Villarreal, Doctor en Música con especialidad en Musicología, graduado del Instituto Superior de Arte de La Habana. Es pianista, percusionista, investigador y director de orquesta en México, dispone de todo un “arsenal” en su repertorio, gracias a sus más de tres décadas de trabajo ininterrumpido.
Profesor de la Facultad de Música de la Universidad Autónoma de Nuevo León y líder del cuerpo académico. Posee la Medalla José María Heredia y “Con el esfuerzo de todos venceremos”, concedidas por primera vez en la historia de Cuba a un músico extranjero. De ahí esa complicidad lograda y el cuidadoso trabajo realizado por la Orquesta Sinfónica Nacional.
Yo volé a años atrás, imaginé al amor de mi vida bajando una escalera y yo con una sonrisa de felicidad esperándolo para que me envolviera en un abrazo que sólo se dan los seres humanos felices. Ese fue mi retiro espiritual que anunciaba cómplice hace unos días. Cuando terminó la función los presentes reíamos. Pude ver el orgullo en los ojos de los músicos noveles de la consagrada orquesta. En la Sala Covarrubias flotaba el amor, reitero, porque aún permanecía en aquel escenario lleno de música.
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