Puede ver, por primera vez, mientras soñaba, cómo nevaba. Miraba hacia el techo y podía descubrir la ubicación de cada estrella, cada constelación en la enorme pantalla etérea.

Sabía que los copos resbalaban desde la cornisa y caían sobre la pequeña casita de Caín, quien ni se molestó en emitir un gruñido -a pesar que le prometí calafetear la cubierta de su estancia-, después que observamos (como de costumbre: la cabeza sobre mis piernas, lejos de Abel, arrellanado en el sofá), el parte del tiempo en noticiario de la televisión.

Cuando observé que nevaba, a esa hora, Abel dormitaba sobre la máquina de escribir, después de haber interrumpido uno de mis relatos con su consecuente baño gatuno y esa mirada entre esquiva y lastimera que significaba: “anda ve y tómate un descanso”.

Maribel desandaba en el cuarto de baño en busca de algún insecto que pudiera arrebatarle del festín a cualquier batracio sin nombre (nunca le puse alguno, porque demostraron ser numerosos, inidentificables, independientes, invasivos y nocturnos).

Durante el resto de la madrugada luché contra el insomnio, mientras observaba la foto de Marilyn sobre la púrpura pared. Quería que amaneciera pronto para ver la escarcha sobre la hierba, pero descubrí que los árboles, en la avenida, lloraban extrañas flores como un recuerdo de otoño en primavera. Miré de reojo el reloj y me percaté de que el corazón se había detenido. Traté de darle cuerda y no hubo respuesta, quizá por falta de recuerdos, la nevada, Caín o Abel…, no sé.
(Junio 2014)


Beberse el sol

Me sorprende ver cómo los que exigen
No pueden resolver lo que de otros esperan.”
RSM.


Había probado un sorbo de luz y descubrió que la oscuridad en derredor había dejado de ser absoluta en el término perpetuo de la palabra. Entonces miró, por primera vez sus manos y comprendió que podría utilizarlas para construir lo necesario y lo útil en el camino descrito por sus pies. Fue, entonces, que dio el primer paso en busca de un fragmento mayor del fulgor y caminó despacio hasta que pudo ver sus plantas.

Comprobó que eran fuertes y marchó, más seguro, con el propósito de atrapar la claridad enorme que despuntaba detrás de la montaña. El trayecto se hacía visible en la medida que el resplandor coronaba el borde rocoso en un centelleo fascinante.

Abrió sus brazos hasta donde pudo y consiguió ver su cuerpo irradiado y sintió el calor, dentro de sí, como el río deshelado. Corrió con más fuerza, maravillado por el astro que subía al firmamento y mostraba un entorno vivo, indescriptible, lleno de luminosidad.

Continúo en la dirección del naciente y comprendió que la estrella cruzaba en sentido opuesto, sobre su cabeza, detrás de su espalda y… se detuvo, meditó y volvió sobre sus pasos hasta encontrarse con el mar, extenso y desconocido.

También vio cómo el poniente expedía ese fulgor misterioso que precede la oscuridad. Se tumbó sobre la arena y soñó un largo y desconocido sueño. Y soñó que podría beberse toda la luz de ese sol, entre los millones que irradiaban en el firmamento.

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