“Quien abona bien su tierra, trabaja menos,
tiene tierra para más tiempo y gana más (…).
José Martí.
Pensaba en nuestro José Martí, mientras escribía estas líneas, después de la casi comprometida (sin que lo supieran mis interlocutores) entrevista con los responsables de cultivar y cosechar un fragmento de tierra en el reparto Alamar, de La Habana del Este, en cuyo territorio se pueden observar terrenos baldíos –que otrora fueron destinados a la continuidad de las construcciones de edificios multifamiliares y otros quizás para proyectos sociales: parques, instituciones, etc, que no pudieron ser materializados por disímiles razones entre las cuales pesa, sin duda, la entrada del período especial, a principios de los noventa y, por supuesto, engavetados u olvidados después.
Me daba vueltas el precepto martiano: “Si el hombre sirve, la tierra sirve”. Es precisamente, en correspondencia con el llamado (sostenido) por las principales autoridades de la provincia, la razón de no dejar un lugar sin producir, en medio de la necesidad de cosechar alimentos y proporcionar un balance adecuado a la dieta destinada a la alimentación de miles de personas, con precios adecuados.

Sin temor a equivocarme, estoy segura que a nadie le es indiferente un pedacito de terreno aledaño al organopónico de la avenida de los Cocos, en Alamar. Liderada por el ingeniero forestal Nelson Baños, un área pequeña muestra todas las tonalidades de verde de una producción diversificada: Lechugas, acelgas, cilantros, espinacas y perejil en la temporada de invierno, mientras en verano reinan las propias de la estación como habichuelas, el quimbombó, ajo de montaña, cebollino, y variedad de plantas medicinales de producción perenne.
Nelson, quien un día decidió, por beneficios económicos, abandonar los arboles por los vegetales, llegó a tener tanta pasión por esos cultivos que una vez jubilado decidió producir en un terreno aledaño a su último centro laboral. Hoy, junto a él, está Norma Romero, ingeniera fitosanitaria, una mujer plenamente joven quien haciendo gala de su especialidad explica a los clientes las bondades de cada planta medicinal y recalca que “todos los vegetales son producidos ecológicamente porque son fertilizados con abonos naturales de vaquerías cercanas; incluso compramos el humus de lombriz”.
Y si algo distingue a este lugar -como recalca Norma- es que cada quien compra según su bolsillo, y no está obligado a la frase viciada por algunos carretilleros y puestos de vendutas o agromercados: “Lo tomas o lo dejas”.
Problemas siempre hay, pero se pudiera decir que la clientela es fija y quien compra siempre suma a otros por las propiedades de la oferta; pero existe otra cara no mostrada al público y es lo difícil de encontrar semillas de calidad porque las tiendas consultorios del Ministerio de la Agricultura están desabastecidas, por lo cual tienen que buscar diversas vías para proporcionárselas en función de lograr rendimientos y, por supuesto, ganancias. Nelson explica cómo funciona el pequeño grupo:

“Somos tres, pues también trabaja en todo nuestro compañero Alfredo Turro, con experiencia agrícola; pero muchas veces tenemos que dejar, por ejemplo, el riego manual o el desyerbe, porque llegan los clientes y en eso perdemos tiempo ya que no estamos autorizados a vender en una carretilla en la puerta del sembrado y debemos hacerlo desde la pequeña parcela, nosotros”.
Las horas van pasando y es raro encontrar a los tres trabajadores de este lugar en sus faenas individuales –que inician cuando apenas el sol comienza a desbordar el amanecer- porque siempre hay algún cliente a la espera de recoger sus vegetales; mientras, a la caída del día, las sombras resultan el guardián de este lugar, sobre el cual la vida microscópica y nocturna contenida en los fertilizantes naturales, comienza a realizar su efecto en las hortalizas cubiertas del rocío.
Debemos reflexionar en las ideas martianas como referente obligado cuando se trata de agricultura, por ejemplo, cito: El cultivador necesita conocer la naturaleza, las enfermedades, los caprichos, las travesuras mismas de las plantas, para dirigir el cultivo de modo de aprovechar las fuerzas vegetales, y evitar sus extravíos. Necesita enamorarse de su labor, y encontrarla, como es, más noble que otra alguna, aunque no sea más que porque permite el ejercicio más directo de la mente, y proporciona con sus resultados pingües y constantes una renta fija y libre que permite al hombre vivir con decoro e independencia”.
Sin temor a equivocarme estoy segura que a nadie le resulta indiferente este pedacito de terreno aledaño al organopónico de la avenida de los Cocos, en Alamar, donde se puede encontrar una oferta variada de vegetales, con el valor del amor a la tierra.
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