Cuando Migdalia, hija de Georgina Tamayo de 78 años, se enteró que su mamá y su esposo Urbano Escalona de 76, tenían síntomas de la COVID-19, no atinaba qué hacer, a pesar de que ambos estaban vacunados con las tres dosis de Abdala. Ellos viven solos en su apartamento en el municipio de La Habana Vieja, y ella en casa de su esposo, en el Cerro.

Decidió ir para la casa de ellos y comenzó a atenderlos. Vino una doctora, los examinó, y dijo que tenían todos los síntomas, que fueran al policlínico Ángel Aballí, que es el que les corresponde. Fueron a la mañana siguiente, les tomaron los datos y más tarde una doctora de dicho centro también sospechó que se trataba de la COVID-19, por los síntomas. Al poco rato los trasladaron hacia el centro de aislamiento de Cojímar.

Allí estuvieron hasta que les realizaron el PCR, y al dar positivo, fueron trasladados para el centro de aislamiento habilitado en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI).

Comenzaron el tratamiento con interferón en días alternos, a ella solo le pusieron dos dosis y al esposo tres, pues tenía reforzamiento en los pulmones.

En ambos centros, tanto la comida como la atención médica eran buenas, aunque la higiene, sobre todo en los baños, no era la más adecuada.

Ya de alta, fueron para la casa donde vive Migdalia, en la cual se recuperan satisfactoriamente en espera del seguimiento de consulta postcovid, donde le realizarán exámenes específicos previendo posibles secuelas.

Ellos dicen que están vivos gracias a la vacuna cubana, razón por la cual, a pesar de su edad avanzada, la enfermedad no pasó de un simple susto que ha quedado en el recuerdo.

Reconocen que es un privilegio vivir en Cuba, donde el Estado hace un gran esfuerzo por preservar la salud de la población.

Están orgullosos de haber sido vacunados con una vacuna obtenida en nuestro país, a pesar de todas las dificultades, y las trabas que impone el gobierno de Estados Unidos.

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