El lunes fue el día decisivo. Todo el camino previo a la entrada al quirófano de “ mi paciente” concluyó sobre las 10:00 de la mañana,  cuando la llevaron al salón de operaciones.

Pasadas unas cuatro horas de espera llegaron los médicos. Todo había concluido. Me explican que una pequeña lesión en la vejiga le obliga a llevar durante unas tres semanas una sonda. Recibo información de cómo será el tratamiento desde ahora y hasta el momento que le den el alta.

Aún faltan otros análisis por realizar. Sé que después de recibir el alta, deberá volver varias veces para recibir otros tratamientos, imprescindibles en su caso.

Indago más sobre la operación, que fue compleja, me comentan. Fue necesario ponerle tres bolsas de sangre durante la intervención, me explican. Dentro de unas horas la bajan, pues ahora está en recuperación, es lo último que me dicen. Son cerca de las 3:00 de la tarde cuando se retiran a ver otros pacientes. 

A las 8:00 p.m. aún no baja. El piso de la habitación donde está ingresada, y el del pasillo de la sala donde se encuentra parecen desgastados de tanto que he caminado por él.

Un médico se me acerca, me dice que no me preocupe, ella “está bien, aunque un poco majadera por el levín que tiene puesto”. Me dice que decidieron dejarla en recuperación esa noche, y la bajarán por la mañana.

Pasé la noche contando los segundos. A las 8:00 a.m. del martes no quepo en mí. Su médico me ve, se da cuenta de la ansiedad de este “lazarillo". Me dice todo está bien, ya le quitaron el levín y que pronto la bajan.

Una media hora más tarde la tengo a mi lado. Han sido las horas más largas de mi vida. La odisea de este viaje al quirófano parece desvanecerse, sin embargo, todavía faltan varios días de recuperación en los cuales su cuerpo está siendo bombardeado con todo tipo de antibióticos.

Ya es jueves. Cada día se recupera más. Cada jornada caminamos un poco más, estamos más cerca de retornar a casa, venciendo así este camino al quirófano, un trayecto donde no hemos tenido que pagar por servicio ni medicamento alguno y donde cada una de las personas que en el Hospital González Coro nos han tratado, lo han hecho con el amor, cariño y respeto que caracteriza al personal de la Medicina en Cuba. 

Foto: Racso Alvarado

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