Foto: Portal de la Televisión Cubana

“No es que falte a la mujer capacidad alguna de las que posee el hombre, sino que su naturaleza fina y sensible le señala quehaceres más difíciles y superiores”.

José Martí.

Que mal me caen las feminazis esas”, dijo y terminó su monólogo luego de justificar su expresión con la historia de un hombre acusado de violentar a una chica menor de edad. “Es que él no lo sabía y es un hombre…, además ¿qué hacía ella en una discoteca con esa ropa?”, intentó argumentar para sostener la endeble expresión. La verdad de esta historia, aunque sucedió lejos de nuestras fronteras, no me impidió evitar contestarle, a pesar de resultar un absoluto desconocido.

Debemos aceptar con responsabilidad que el sexo opuesto no es un objeto para nuestro placer personal; que el consentimiento de la mujer pasa por demasiados “filtros” cuando nuestra masculinidad preñada de una enorme carga tóxica, se impone. Si le sumamos, además, que el susodicho implicado en la situación es un hombre que tiene el privilegio de ser considerado digamos un artista, con popularidad relativa, debe por consecuencia imponerse una mayor responsabilidad sobre sus acciones.

En pleno siglo XXI las relaciones humanas deben basarse ante todo en la equidad de derechos y, en este caso, la responsabilidad al asumir el respeto de género y la educación como precedente fundamental en las relaciones sociales y del pleno desarrollo de los seres humanos. Aunque en nuestra Isla los números relacionados con delitos cometidos sobre las mujeres y las niñas están por debajo de los porcientos registrados en Latinoamérica o el mundo, es importante que nos abramos al diálogo con empatía. 

Quien lucha por sus derechos y los de otros seres humanos no debe ser considerado jamás una persona histérica. El término, de por sí, es grosero y excluyente. Incluso, muestra el comportamiento retrógrado e involutivo que ha dejado una profunda y lacerante huella en la historia dominada por los estereotipos hegemónicos que se han encargado de menospreciar el feminismo como respuesta natural en la lucha de las mujeres por reclamar sus derechos. Hoy las nuevas generaciones crecen entre la equidad que deseamos y estamos determinados en construir, mientras sepultamos las anquilosadas ideas de cierta masculinidad tóxica que persiste en resurgir, no solo en los actos violentos, sino en aquellos más solapados y apenas perceptibles, pero igual deleznables.

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