Foto: Miguel Moret

Es lunes, diez de la mañana, y llevo algunos minutos en la cola del banco metropolitano de 23 y P, dispuesto a recoger una tarjeta que solicité por medio de Transfermóvil. En principio parecía una buena idea, he leído y escuchado sobre las medidas que se debían estar tomando en dichas sucursales para garantizar el tan necesario distanciamiento social. La aglomeración que presencié, era cualquier cosa menos una situación organizada para realizar un trámite.

A una cierta distancia y entre el tumulto del cual huyo se escucha a una muchacha, en la puerta, rebatir: “¿Si esta no es la sucursal que me toca a donde debo ir?”. Estuvimos casi una hora de espera para enterarnos que no estábamos en el sitio correcto y “descubrir” que a solo unos metros se extendía bajo el duro sol la otra cola, la real. Bajo el cartel de BluePanorama, la encargada de recolectar los carnets de identidad
pregunta por las cinco primeras personas y la multitud se apila cual batalla que recuerda al antiguo coliseo romano.

En plena Rampa, coronados por el Malecón; incluso teniendo espacio de sobra para organizar a las personas correctamente –a un metro de distancia– parece que la famosa percepción de riesgo tan exigida en muchas
ocasiones no está garantizada. Las personas, algunas desesperadas, preguntan sobre el encargado de informar, establecer parámetros de orden… ni siquiera hay un paso podálico en la primera puerta por donde se accede a la institución. Qué bueno, siempre llevo mi gel personal con alcohol.

¿Será que es responsabilidad de nosotros, los de la cola, tomar las riendas, establecer las medidas lógicas, pues parece que nadie más lo hará?