Foto: Cubadebate

Aún en la distancia me llegó una anécdota de esas que dibujan la real y maravillosa esencia de mi ciudad. Sin que llegue al formato de chisme o casual enredo, me cuentan que esa tarde unió tres rostros en la conocida escena de cruzar una calle. Aquella nota de voz en primera persona me relataba su acostumbrado despiste ante las cotidianas convenciones y cómo ante la espera por una luz que le anunciara la continuidad de su paso se encontró aleccionada por una carita en miniatura.

En la pausa de aquel semáforo descubrió uno de los cordones de sus zapatos desabrochado. Su primer reflejo fue pedirle a la persona más cercana le ayudara sosteniendo su desordenado bolso.

Fue entonces cuando aquella vocecita que sonaba como la felicidad les regañó diciendo: “Todavía no es seguro mantener contacto social, debemos cuidar a nuestros mayores. ¿Usted no tiene abuelita?” Ante aquel sólido reclamo que parecía salido de un spot televisivo, le preguntó: “¿Y cómo es que permitiendo que me sostengan el bolso rompo con los protocolos?” A lo cual respondió el sabio y pequeño duende:

Cada lugar, persona o cosa con la cual tenemos contacto en el día lo llevamos a la casa y lo compartimos con nuestra burbuja social. Ahí comprometemos a las personas de alto riesgo con quienes compartimos el hogar”. Su mamá, entre una sonrisa nerviosa y voz apenada le dijo a mi amiga que al niño tratan de explicarle todo y pregunta demasiado. 

Pues yo pienso que es fantástico y es por eso que historias como esta se vuelven oportunas en momentos como hoy, Día de los Niños, una celebración por el bienestar y los derechos de los más pequeños. Festividad que se celebra el tercer domingo de julio, en Cuba, a propuesta de Fidel.