Foto: Marcia Ríos

Poco a poco la ciudad recupera su particular bamboleo. Aceras y bancos de paradas reclaman el calor de transeúntes que saltan entre los cafés en la esquina y las risas de nuevas generaciones de vecinos. La aclamada nueva normalidad nace y exige cuidados extremos. Que el uso de mascarillas y la sana distancia se vuelva costumbre más allá de los diarios memes de Facebook, antes de que una terrible recaída azote a la urbe cubana.

Si la Isla de sal danza lentamente al ritmo de la clave y el tambor, acompaña su canción, obsérvala regresar al mundo desde tu balcón hasta que sea el tiempo de gritar victoria. Ya llegará el momento de los besos y abrazos, por ahora compilemos los recuerdos de aquellos momentos que hacen posible la felicidad.

No es necesario buscar nuevas razones para proteger a nuestras madres y abuelos, a los más pequeños, a la vecina que no se puede aguantar las ganas de regalarnos un poquito de sal. Mañana podremos apostar cuando recuperemos las cartas ganadoras y los únicos contagios posibles sean una inmensa carcajada.

Si los amantes cambiaron los encuentros en el parque por los audios del whatsapp, la mirada directa por una selfie de buenas noches o los besos por mensajes que idealicen el encuentro, hay que aprender a reconocer la nueva cara del romance. Es el tiempo perfecto para recomenzar, demostrar, reconquistar el alma y espíritu de La Habana, que se levanten las chispas desde su soledad.

Duelen aún esas imágenes de pérdidas, toca despertar despacio y ver que no fue una pesadilla, que todavía quedan días de luchas y héroes, de aplausos. Si tiramos la toalla y cambiamos segundos de revivir el pasado, caminaremos en reversa. Miremos a lo alto del cielo y recuperemos en la calidez de este verano la confianza y la fuerza de ser luz.