(…) Cuando he cesado de verte en una forma,

he cesado de pintarte.

Esos riachuelos han pasado por mi corazón.

¡Lleguen al tuyo!

                                         José Martí (Ismaelillo)

Foto: Marcia Ríos

Los balcones y calles a medio día amenizaron la espera, llegó otra vez el día especial entre tantas horas inciertas que nos deja este 2020. Aunque millas, fronteras y una pésima cobertura nos separan, la esperanza del sabor de otro trago de ron compartido alienta mis pasos. Te traigo desde mi memoria entre tantos rostros que hoy asaltan esta página que nos toca superar. Toco con la punta de mis dedos cada tarde o mañana ganada entre tus historias de conquistas épicas y retóricas. Entre el molesto humo de tu cigarro siempre me llegará el tono verde-gris de tu mirada protectora y pienso:

si pudiera regalarte ese algo que distinga en único detalle, si pudiera transmutar aquel beso que retumba en mi mejilla, la caricia en mis cabellos desordenados o la ternura de tus pupilas cristalinas cada vez que me marchaba.

Sé que, si quisiera, si te lo pidiera, purgarías este mundo de reveses solo por saciar los deseos de tu niño caprichoso. Y es que la vida nos pone pruebas duras, pero no imposibles. Lagunas inmensas de vivencias que ganamos con cada segundo que pasa.

Siempre que la luz de tu mirada me acompañe no habrá poema pesimista ni pandemia que logre apagar la certeza de sabernos atados por lazos de amor y vida. Hoy vencen las canciones de celebración que dominarán hasta que vuelva el amanecer. No temas la oscuridad, ni la aparente soledad, tú me enseñaste la fortaleza de agradecer y seguir a las estrellas como brújula citadina y bohemia. Aún puedo escuchar tu voz pausada, mientras leías para mí, aquel libro de La edad de oro y sé que “si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así. Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido”.