Lo primero con lo que hay que vacunarse es con lo único que tenemos hasta ahora: con la disciplina, la cooperación y la solidaridad. Esa es la vacuna de este tiempo y la que nos puede conducir al éxito en el enfrentamiento a la pandemia. (Miguel Díaz-Canel Bermúdez)
La ciudad añora sus colores, texturas y particular banda sonora, entre la cual suele advertirse la convergencia de sonidos que nos identifica como urbe musical. Grisácea vaga la ausencia de la rutina por calles y escaleras de edificios públicos y residenciales, acechando el mínimo descuido de quien pone en peligro su vida y arrebata el latido de otras. Para muchos son momentos de duda, temores y esperanza.
La señora maravillosa no se espanta, al contrario, se convoca cada noche en un intenso aplauso, se multiplica en rostros de estudiantes de Medicina, en cuyos ojos aún puede advertirse la no lejana adolescencia, mientras nos pesquisan.
Se impone responder ante el llamado a la responsabilidad de cada ciudadano, para el cual guarda siempre un nombre en sus senos. La Habana, no quiere ser Roma ni Madrid. La responsabilidad está en las pequeñas acciones de sus hijos, muchos deben continuar sus labores para cuidar sus añoranzas, otros deben quedarse en casa, todos con amor y responsabilidad. La pena se escurre entre los balcones, cazando descuidos al mínimo gesto.
No pretende mudarse, sí enfrentar esta pandemia, nos queda desterrarla con la obra coherente y profunda. Los días buenos esperan regresar en sus aviones de papel para inundar adoquines y escalar palmeras en las playas amarillas. Cuelga en cada puerta la promesa de no cerrarse más al vecino, de aeropuertos repletos de bienvenidas y azules besos. Como la marea baja, la crisis cederá su espacio a la calma y en nosotros está haber aprendido de tanto desconsuelo que provocan las carencias generadas por un genocida bloqueo.
El miedo se espanta ante la posibilidad de que decidamos enfrentarlo. La Habana es nombre de madre y guerrera vestida de luz y templanza.